Es día 13 de julio de 1923; a las nueve y media de la mañana salgo de Carreña, a pie, para asistir a la inauguración de un refugio de alpinistas acabado de construir en la meseta de Camburero. Somos unos cuantos los invitados a la celebración de aquel acto; pero yo emprendo el camino mucho antes de la hora fijada por mis compañeros de excursión…
A kilómetro y medio de Carreña está el pueblecito de Poo descansando alegre bajo la arbolada frondosa, rodeado de tierras de labrantío. Las verdes praderas se extienden por la falda de la montaña, tras la cual se ve Cueto Albo y el Naranjo de Bulnes.
Atravieso el lugar de Arenas y sigo la carretera trazada por la margen derecha del Cares, río de aguas verdes como esmeralda fina 1.. A uno y a otro lado del camino se alzan imponentes masas de roca caliza que oprimirían mi espíritu si no fuera la nota alegre de los árboles que trepan por las laderas de Canalnegra y Portudera.
A las once llegué a Poncebos, portada principal de los Picos de Europa; -porque aquí concurren las estribaciones de los tres macizos-, embellecida hasta el año 1918 por hermoso puente romano destruido bárbaramente sin necesidad por los que hicieron la carretera; han podido cruzar el río con el puente actual por más abajo del antiguo sin aumentar los gastos de coste de las obras.
En Poncebos, al pie de la importante central eléctrica perteneciente a la Sociedad Electra del Viesgo, termina la carretera y arranca los caminos que conducen a los cuatro pueblos de Asturias situados en los Picos de Europa. A la izquierda el de Tielve y Sotres, camino de herradura, algo peligroso en la Canal de la Rumiada. A Tielve se llega en dos horas. El pueblo tiene buenos edificios, buena iglesia y escuela. Está situado a 774 metros de altura en una cañada estrecha. Algunas veces se desprenden peñas de las cumbres de Portudera que ponen en peligro la vida de aquellos vecinos.
De Tielve a Sotres se va en una hora por la India de Aquende, paso de bastante cuidado en invierno, debido a las piedras y aludes que se desprenden del monte de San Llano…
A la derecha de Poncebos, los caminos de Bulnes y Camarmeña. A este pueblo se sube en media hora por un sendero en zigzag. Se compone de catorce vecinos. Está a 500 metros de altura, en una ladera al pie de Canalnegra.
Tiene escuela construida por el pueblo, y una iglesita en la cual dicen que descansan los restos de un obispo que en tiempos remotos se refugió entre la altas rocas frente a la Canal de Piedrabellida en la margen izquierda del Cares, en un punto llamado Culiembro, y desde entonces acá, San Julián de Culiembro, en virtud de que allí erigió una ermita a aquel santo, en la que decía misa a los pastores de las majadas de Ostón. Los llamaba por medio del sonido de un cencerro grande, de forma rectangular.
Yo lo he tenido en mis manos, así como también el misal del ermitaño. Estos objetos los guardan los vecinos de Camarmeña como si fueran reliquias. También he visto el sitio donde estuvo la ermita, cuyos cimientos desaparecieron en 1920 al hacer el canal de la Electra del Viesgo…
Tomo el camino de Bulnes. A poca distancia de Poncebos se cruza el Cares por un puente romano de un solo arco, llamado puente de la jaya, del cual penden guirnaldas de hiedra. Desde aquí se contempla la entrada de la bravía angostura del Cares, que termina en Caín, sobre la cual hablaré más adelante.
Al llegar a la canal de la Riega del Tejo se sube por el cauce del río para atravesarlo luego por un puentecito rústico de madera. En el recuesto de Codillas aparece ante la vista la colosal Peñacollugos…
Las Salidas: Camino peligroso trazado en zigzag al borde del deventíu, en cuyo fondo rugen las aguas del río al saltar de cascada en cascada. Entre las peñas se ven tilos en flor y enredaderas olorosas.
Al final de las Salidas hay cinco cruces grabadas sobre una peña, a la memoria de cinco vecinos de Bulnes muertos en este sitio por una avalancha de nieve.
A mano derecha se ve perfectamente el lecho de un glaciar antiguo. El camino mejora algo y se llega a un campero regado por el río Bulnes, a cuya vera brota la Fuentecolines. Metidos hasta las rodillas en el arroyo cristalino, encontré ocho niños de ambos sexos, de cuatro a once años de edad.
—¿Qué hacéis?— les pregunté.
—Pescando truchas.
—¿Está muy lejos Bulnes?
—No señor; está detrás de aquella cotera; somos nosotros de allí y vamos con usted.
Y cada niño cogió una carguita de helecho que allí tenía preparada. Hasta el niño de cuatro años, llamado Miguelín, cargó con su haz a la espalda.
—Camina, Miguelín— le dijo una niña.
—Non puedo, cáenmi los pantalones.
Van delante de mí formando un grupo interesante; uno de los niños tropezó contra una piedra, cayó de cara sobre su carga, y dijo con gran energía dando un puntapié al helecho:
—¡Mala centella te parta!
Así se crían los habitantes de los Picos de Europa, grandes trepadores de riscos, cazadores de rebecos, e indiferentes a los grandes peligros que rodean el ambiente donde se desenvuelve su vida...
Llego a Bulnes a la una, y me encuentro un grupo de bulnenses sentados bajo un árbol, leyendo mi libro Del folklore asturiano. Uno de ellos me dijo:
"Como hoy es día de niebla no pudimos ir a recoger la hierba que tenemos segada allá arriba, y entonces nos sentamos aquí a leer el libro que V. nos mandó hace unos días."
El pueblo tiene escuela nacional, y lo forman 150 habitantes distribuidos en dos barrios. Está situado a 600 metros de altura, en un valle estrecho, regado por un arroyuelo. Corre gran peligro de ser destruido por las peñas que se desprenden de las cumbres; el año 1920, se desprendió un peñasco de lo alto de Maín y derribó cinco casas.
El color de los edificios se confunden con el de las montañas que los circundan. El cementerio está cubierto de teja sobre armadura de madera, debido a que por el invierno se aglomera allí mucha nieve y no podrían inhumar si estuviese al descubierto, porque se formaría dentro de él un bloque de hielo. En su interior, en una capilla, está la Virgen de las Nieves rodeada de ex votos.
Al lado del pueblo hay una plazuela circular formada por piedras, dentro de la cual se reúnen los bulnenses al toque de campana para celebrar concejo. Este recinto me recuerda crónlechs donde se supone que se reunían los hombres neolíticos para celebrar sus asambleas políticas y religiosas…
—"Aquí, —me dicen señalando las piedras que cierran el círculo—, nos sentamos los vecinos, y en aquella más alta siéntase el alcalde. Pero a lo mejor se descuelga por allí abajo un peñasco que nos hace levantar la sesión"…
Los moradores de estos pueblos están rodeados de peligros. Una anciana llamada Generosa González, me dijo, llorando, que un puveríu le había llevado su marido, una hija y ochenta y cinco cabras.
Los puveríos arrasan cuanto encuentran a su paso; llevan delante de sí masas de nieve, piedras, cabañas, árboles… Los más temibles son los que se forman con nieve seca.
Las pastoras, con el zurrón a la espalda, se dirigen a la majada de Pandébano; van entonando canciones que anoto en mi cuaderno. He aquí una:
Adiós, lugarín de Bulnes,
peñascos y peñascones,
donde yo me divertía
en aquel campo de flores.
Se acerca una anciana a nosotros y le pregunta un vecino del barrio de abajo:
—¿Qué tal el señor cura, tía Olaya?
—Toca a misa y non la diiiz— contestó la mujer con voz cantarina.
Luego me dijo Raimundo Mier Campillo:
"Aquí casi todos los vecinos se apellidan como yo. ¡Ah! Los Campillo fueron personajes importantes; su escudo tiene este escrito:
Campillo, pues que subiste
al campo de las doncellas,
con razón puedes pintar
un lucero y dos estrellas.
Esto lo vi yo en un libro de pergamino"…
Antonio Campillo, (el tíu Casona), me contó interesantes sucesos ocurridos aquí con los rebecos, los lobos, la nieve y los puveríos. Su indumento y su figura está en perfecta armonía con el paisaje que le rodea. Nació en 1842 y casi siempre usó el traje típico del país.
Salí de Bulnes a las dos, sin guía y sin conocer el camino. Por un sendero de cabras llegué al arroyo de la Boluga; aquí me encontré con un pastorcito de 15 años, llamado Nicolás García, el cual lleva el mismo camino que yo. Seguimos juntos por el cauce del arroyo, caminando sobre piedras cubiertas de musgo resbaladizo; al final de este paso, alcanzamos al pastor Manolín Mier, de doce años. Va a Camburero.
—¿Por qué caminas torciendo el cuerpo?— le pregunté.
—Porque tengo tres bubatos en este costazu.
Es un chico simpático y listo. La canal de Valcosín hay que pasarla a gatas. En un momento en que estoy sobre una llambria sin poder avanzar, dijo Mier al otro rapaz:
—Buenos vicios tienen estos señores en venir a matarse por entre estas peñas.
—Tienes razón— le respondí.
Llegamos a la Gargantada, donde hay un chortal que mana agua fría como la nieve. El lecho del paisaje forma una U, labrada por un glaciar, cuyo nacimiento citaré más adelante.
Nos envuelve la niebla; el pastorcito García lanzó en alta voz este conjuro:
Quítate, nublina,
quítate nublado,
que entre joyos y coteras
tengo yo el mi ganado.
y se separó de nosotros cantando.
Mier y yo entramos en la Canal de Camburero, garganta de difícil acceso. Apagamos la sed en una fuente cristalina, y en veinte minutos coronamos la meseta; de Bulnes aquí empleé dos horas. Soy el primer alpinista que entro en el refugio y firmo en el álbum.
Luego de tomar una taza de café voy a una majada próxima para ver a los pastores recoger sus ganados. En un bellar iña cariñosamente un jato; mujen los trimos, y una pastorina llama a las ovejas con entonación melancólica:
—¡Quélaaa! ¡Quis, quis, quis! ¡Ah, la corderaaa!…
Y a las cabras:
—¡Térooo! ¡Ques, ques, ques! ¡Ah, las cabrinas! ¡Térooo!…
Son las siete de la tarde; se oyen voces en el fondo de la Canal de Camburero; son mis compañeros de excursión: D. Ricardo García Herrera, juez municipal de Llanes; D. Francisco Fernández, alcalde de Cabrales; D. Manuel Niembro de la Concha, secretario del Ayuntamiento de este concejo; D. José Huerta Díaz, secretario del Juzgado; D. Cándido Heredia, farmacéutico; D. Francisco y D. Ángel Álvarez. Suben trepando penosamente por la endiablada escarpa.
Todos conocen el terreno; pero, por lo que pueda ocurrir, de aquí adelante nos acompañarán tres guías de Bulnes: Manuel, Rafael y Celestino; los tres se apellidan Mier.
Durante la cena, el guía Manuel no cesó de contar graciosos cuentos salpicados de latinajos. Uno de los comensales le preguntó:
—¿Dónde estudiaste latín, Manuel?
—En el misal de nuestra iglesia; ayudé a misa muchos años, y como no tenía libros por donde leer, leía por el misal, y me lo sé de memoria.
¡Cuántas veces, durante el tiempo que estamos sin cura, —y esto ocurre con frecuencia, porque no hay cura que quiera venir a Bulnes—, me llevo en el zurrón un misal viejo que hay en la sacristía y lo leo en la majada! ¡Ah! si el zapatero que ejerció de cura en Pimiango hubiera sabido tantus latim cuomo ego, no le pasaría lo que le pasó.
—¿Cómo fue aquello?
—Un zapatero de Pimiango, que en su niñez había estudiado tanto así de latín con un domine, supo que no había cura en Tresvisos. Entonces le dijo a su mujer que se iba a remendar zapatos por los pueblos, y lo que hizo fue presentarse en Tresvisos vestido con una sotanilla, diciendo que era el cura nombrado para aquella parroquia.
Comenzó a ejercer su ministerio, y los vecinos notaron que no conocía bien las ceremonias. Pero un día se presentó ante la puerta de la iglesia una madre con un hijo de cuarenta días, a recibir la purificación. Salió el falso cura y comenzó a buscar en el libro la oración ritual, y como no sabía cuál era, le dijo a la mujer, al mismo tiempo que trazaba cruces en el aire con el hisopo:
—Entra, que no encuentro el metedoriu.
Esto se supo enseguida en todo el pueblo; se reunieron los vecinos, amarraron al zapatero y lo llevaron ante la autoridad eclesiástica.
El cuento es histórico; no hay pueblo en la comarca oriental donde no se cuente el acto realizado por el zapatero de Pimiango, llamado el tíu Cué. Hay que tener en cuenta que el pueblo de Tresvisos está en los Picos de Europa, y cuando sucedió el caso, —hará unos sesenta años—, apenas tenía comunicación con los pueblos de la llanura.