Atención les pido a todos los que aquí me estén oyendo,
que les quiero dar un rato de risa y de pasatiempo,
pero que nadie se me enfade, ni me diga el ojo es negro,
porque al punto callaré, si me interrumpen el cuento,
ni tampoco se embelesen que nada se me da por eso,
y nada han de remediar con hacerme aspavientos.
A mi no se me da un pito, ni me miren con ojos tuertos,
ni que juren, ni que recen, ni que echen tacos ni ternos,
porque he de cantar de plano, y no he de callar por eso,
todas sus faltas al sol voy a poner sin remedio, Diga
usted, señora musa, sópleme con viento fresco
diamétricos consonantes a mi rudo entendimiento.
A vos, antorcha divina,
Madre de Dios Verdadero,
os suplico humildemente
que deis a mi pluma vuelo,
potencia a mis sentidos,
luz a mi entendimiento
y acierto para explicar
a mis oyentes que, atentos,
estarán ya aparejados
para oír este compendio.
En fin, en las diversiones
no quiero gastar el tiempo,
prosigo, pues, con mi asunto,
no digan que soy molesto
y perdónenme si, acaso,
por osado soy grosero,
pero la pura verdad,
según la experiencia que tengo,
es cuanto voy a decir
aunque me riñan por ello,
porque no temo ni debo,
y pues que me dan atención
en gracia de Dios comienzo.
En Cabrales, patria mía,
nací, pluguieran los cielos
me hubieran ido a parir
a los montes Pirineos,
primero que haber nacido
entre tan bárbaros brutos
presumidos de discretos,
mentecatos sin par,
ruines sin compañero,
envidiosos, ambiciosos,
jugadores y blasfemos
revolvedores de vivos
y soliviadores de muertos
que andan por las sepulturas,
que les huele la boca a muerto,
hombres, mujeres y niños,
todos van por un rasero.
No he conocido ninguno
de este recuento grosero
que de este pie no cojee,
salvo cuatro o cinco de ellos,
y harto será que no canten
si hay quien toque un instrumento;
y tocando a murmurar
todos hábiles y diestros
enarbolan sus tijeras
y afilan sus labios fieros;
cortan, talan y destrozan
sin piedad y sin consuelo
del honor de la casada,
de la doncella y mancebo
de sus acciones y pasos
y de quienes fueron sus abuelos
y cuando se apartan dicen:
Cuidado, por Dios, no quiero
que por mí se sepa nada,
no nos junte Dios del Cielo
para decir mal de nadie,
pero lo dicho es muy cierto.
Son serpientes infernales,
son cocodrilos sangrientos,
son gaitas de Belcebú,
ruinas del Universo,
matracas de los abismos
y panderos del Infierno.
Todo cuanto llevo dicho,
y otro que callo en silencio,
es lo mismo que sucede
sin dejar nada por medio,
que para decirlo todo
necesitaría mil pliegos.
Pero el principal asunto
que movió mi atrevimiento
no es hablar en general
porque fuera largo tiempo
sino de aquestos gallipavos,
mandoncillos, calvatruenos,
presumidos, que son los gobernadores,
en la tierra de los ciegos,
cuya nobleza presumen
que compite con los Cielos.
Señores de tres al cuarto,
monseñores de cuarto y medio,
es de risa cómo andan,
henchidos como botiellos,
más graves que los sapones
y enroscados los pescuezos
y con este ego sum
no caben en sus pellejos,
figúranse priores o
abades de los conventos
siendo cada uno de ellos
el señor Don Pereciendo,
es su cotidiano gasto
chichos, pan, borona y queso,
y en lugar de vino, agua,
porque no tienen dinero.
Cuando tienen que salir
es necesario, primero,
buscar prestado un rocín,
alquilón de algún arriero,
lo aparejan bastamente,
con albarcas de madera
y con belortos por estribos
¡Allá va ese caballero!,
el de la triste figura,
y le viene ello por
los lúcidos aperos
con que salen adornados
y llevan por escudero,
haciendo el papel de Sancho,
un zarrapastrón de aquestos
con las correas rastrando
y los calzones abiertos,
siguiendo su Rocinante,
y luego les dan por premio
un zoquete de borona
y va el pobre muy contento.
Viene uno y pregunta:
¿Qué caballeros éstos
que tanto alabáis?
Respondo: son unos zarangüellos
cargados de vanidad
y aliviados de dinero,
Don Quijote y Don Birote
que fueron ayer cabreros,
y ahora son Don Quijote,
por dos onzas más o menos,
que van comprando a los pobres
con ahorros de sus cuerpos
en celemines rapados
y lo demás en becerros.
Ellos saben hacer nobles
ofendiendo al Rey en eso,
a quien mucho les regale
y les preste su dinero
le hacen mil parabienes
y le quitan el sombrero
por aquel puto interés,
lo hacen al año nuevo
juez, alcalde o regidor
aunque sea forastero
de los que andan por Madrid
birloquera y pregonero,
todo junto en una pieza,
pues viviendo en el concejo,
si regala a los señores
con tabaco o con dinero,
seguro tiene la vara
para el año venidero
que también hacen lo mismo
con cualesquiera forastero
como afloje que guardamos
lo suben como la espuma
y más oliéndole dinero,
pero cuidado que no falte
tocino, cabrito y queso,
la manteca, gallinas y las cuajadas,
pollos, el carnero y huevos,
con otras mil zarandajas,
pues si falla el comercio
enseguida le dirán:
Juez, vaya a ladrar a un cerro,
mas yo digo que hacen muy bien
que andan entre majaderos.
En fin, éste es el lugar que tienen
estos guarros usureros,
siempre viven atosigados
con el pie sobre el pescuezo
arrojados, despreciados,
amedrentados y sorpresos.
Sus hijos han de ser libres,
en todos los sorteos,
como lo mismo también
sus ganados realengos;
y pena capital tiene
el que se meta con ellos.
Veamos qué lugares tiene
este grosil basurero
y murmuremos todos
por imitarlos a ellos
poniendo de cada uno de ellos
todas sus acciones y hechos
porque algunos ya llegaron
hasta el Tribunal Supremo.