Desde Posadoriu de las Conchas, atalaya situada sobre Tielve, no me canso de admirar la sublime belleza de estas montañas, que brillan como bloques de plata. Con mis prismáticos Goerz examino todas las arrugas del Naranjo y me parece imposible que nadie le haya culminado.
Ante la vista del monumento me pongo a pensar: ¡Si yo pudiera conseguir que apareciera sobre el Naranjo una señal visible desde varios kilómetros a la redonda!… Lo intentaré; porque poco a poco va aumentando la leyenda que asegura que nadie estuvo sobre él.
Algunos alpinistas preguntan a los pastores, señalando al coloso:
—¿Es cierto que han subido allí algunas personas?
—Eso dicen; pero nosotros no las hemos visto subir…
Estoy tomando notas en mi cuaderno, y de pronto Aurora Díaz, la pastorina que tanto le gustan las noches estrelladas, me da los prismáticos y me dice:
—¡Mire V. hacia allí! Me parece que por encima de aquel ren va un rebeco dando saltos.
Es verdad: por encima de la cresta afilada camina el animal a toda velocidad. Esto me recuerda un personaje de Ibsen: Peer Gynt montado sobre el íbice, corriendo a lo largo de un crestón tajado sobre el fiord…
El día 20 de agosto marché de la majada de Tordín con intención de volver años sucesivos, como así lo vengo haciendo hasta ahora. Los pastores me despiden cariñosamente. ¡Cuánto me alegro ser amigo de ellos! Tener amigos en las montañas astúricas, cerca de las fieras, es un encanto!…
En Arenas de Cabrales se acercó a mí un rapaz y me dijo con mucho misterio:
—Aquel que está allí es Víctor Martínez, el que sube al Naranjo.
Fui a donde estaba Víctor, y le pregunté:
—¿Ha subido V. a la cumbre del Naranjo?
—Sí, señor.
—Pues los vecinos de V. no lo creen.
—Ya lo sé; dicen que allí no ha subido nadie. Sin embargo, yo he subido para bajar la cuerda que había dejado allá el señor marqués de Villaviciosa de Asturias, en 1904.
—Le doy a usted doscientas pesetas si coloca en la cumbre del Naranjo la bandera española, sujeta a un asta de fresno, de cinco metros.
—Lo pensaré.
Al día siguiente, muy de mañana, se me presentó Víctor y me dijo:
—Aquí tiene V. el asta de fresno y una bandera española de tres metros y medio de largo; mañana flotará sobre el Naranjo.
—¡Qué bárbaro!
Mientras el pastor de Camarmeña iba caminando por las rocas cortantes, al borde de los precipicios que rodean el trono del rey menhir, cuya corona va a engalanar con la bandera española, me fui de excursión a Alles, como ya dije.
Declaran varios autores, que el nombre Naranjo proviene "del color anaranjado que tienen los estratos de su roca caliza". La explicación es poco satisfactoria; los naturales del país lo llaman Picurriellu.
Me puse a investigar entre los habitantes de la comarca el porqué del nombre Naranjo. Y el vecino de Arenas Basilio Díaz, de 53 años de edad, me dijo en la majada de Tordín, a la puerta de su cabaña:
"Desde tiempo inmemorial, los habitantes de Cabrales emigran a Sevilla; yo también emigré a aquella ciudad…
Se cuenta por aquí, que un día estaban varios cabraliegos sentados en el muelle de Sevilla, comiendo naranjas, y les dijo un sevillano:
—En Asturias no habrá naranjas tan grandes como estas, ¿verdad?
A lo cual contestó un cabraliego de Bulnes:
—En mi pueblo hay un naranjo que durante seis meses al año da naranjas que pesan más de cuarenta quintales cada una.
—¿Qué naranjo es ese?- preguntó el sevillano.
—El Naranjo de Bulnes.
Al cabraliego se le ocurrió decir esto porque en el invierno, de lo alto del Picurriellu caen montones de nieve que marchan rodando en forma de bolas metiendo un ruido de todos los diablos; aquello parece un árbol cuando le tira la fruta el viento.
Y lo que ocurrió en el muelle con el sevillano y el vecino de Bulnes, ha dado lugar a muchas bromas; después, el cuento corrió por aquí, y los que escriben libros, al Picurriellu dieron en llamarle Naranjo; nosotros nunca la llamamos así. Además, no se por qué lo sitúan en Bulnes estando a cuatro horas de este pueblo".
Este coloso, visto desde el septentrión, tiene la forma de un truncado, de "500 metros de altura". Se alza en medio de un caos de rocas rematadas por agujas fantásticas.
Un día, el marqués de Villaviciosa de Asturias examinó el peñasco por todas partes y dijo para sí:
"Trepar por esta roca pelada, con un precipicio a la derecha y otro a la izquierda, y desde su cima contemplar un grandioso panorama, es un placer soberano. ¿Qué idea me formaría de mí mismo y de mis compatriotas si un día llegase a mis oídos la noticia de que algunos alpinistas extranjeros habían tremolado con sus personas, la bandera de su patria sobre la cumbre virgen del Naranjo de Bulnes, en España, en Asturias, en mi cazadero favorito de rebecos?"…
El día cinco de agosto de 1904, a la una y cuarto de la tarde, el marqués llevó a cabo su obra; le acompaño en la ascensión Gregorio el Cainejo, vecino de Caín, gran trepador de rocas 1..
En 1905, Fontán de Negrín realizó una excursión a los Picos de Europa, y cuenta que le dijo el Cainejo:
"Allá en vuestro país dicen que hay montañas de hielo y que hay picachos muy peligrosos; pero me parece que ninguno será tanto como nuestro Naranjo; venid a verlo".
Sallés, el guía de Gavarnie, que nos acompaña, está un poco humillado. Luego, cuando el Cainejo vio nuestras cuerdas, dijo:
—Bueno, bueno; yo les ataré a ustedes y subirán el uno después del otro.
Hemos fracasado. A pesar de la habilidad y valentía de Gregorio, que durante varias horas nos ha izado colgados de la cuerda, marchando él con los pies desnudos, buscando en vano un punto de apoyo, nosotros no nos hemos determinado a continuar. Siempre hemos tenido bajo nosotros y sobre nuestras cabezas el vacío. El primero que se ha batido en retirada he sido yo; por vez primera he sentido el miedo más profundo…
"Nosotros hubiéramos querido que los colores franceses flotaran en la cumbre del Naranjo unidos a los de la brillante bandera de la nación amiga" 2. (Fontán de Negrín, ver bibliografía).
El día primero de octubre de 1906, el geólogo bávaro don Gustavo Schulze que recorría los Picos de Europa en viaje de estudios científicos, subió solo a la cumbre del Naranjo con ayuda de grampones y una cuerda.
Y el día 31 de agosto de 1916, Víctor Martínez vio que de la cumbre del Naranjo pendía una cuerda que había dejado allí, en 1904, el marqués de Villaviciosa de Asturias, y subió a por ella…
Oscureció el día 22, y Víctor no había regresado. Pasé la noche intranquilo pensando si le habría ocurrido una desgracia. Al día siguiente, muy temprano llamaron a la puerta de mi habitación y me dijeron:
—Aquí está Víctor; dice que ha colocado la bandera española sobre el Naranjo.
Salí corriendo y abracé al atrevido cabralense.
Víctor Martínez nació en Camarmeña; tiene cuarenta años de edad y se dedica al pastoreo. Es de pequeña estatura, delgado, flexible. He aquí la narración que me hizo de su ascensión al Naranjo:
—Con arreglo a las instrucciones que V. me dio, corté un palo de fresno de cinco metros de largo para sujetar en él la bandera. Puse el palo al hombro y eché a andar hacia allí.
—¿Dónde vas con ese palo?- me preguntaban los pastores que encontraba en el camino.
—Voy a Camburero.
Mentira; yo iba a dormir a Pandébano. El día amaneció oscuro y con niebla. Desde Pandébano subí a la Canal de Valleyu, que tiene una llambria…
—Ya la conozco; allí pasé yo buenos apuros dos veces; continúe usted.
—Pues bien, llegué a la canal de la Celada y comencé a trepar por el Naranjo; seguí el mismo camino que siguieron el señor marqués y el Cainejo: Subí por la llambrina, panza de burra, y hala, hala, iba poniendo el palo en las grietas y subiéndolo delante de mí; la bandera la llevaba envuelta en la cintura. Yo subo sin más ayuda que los pies y las manos.
Cuando iba unos cuatrocientos metros de altura, subiendo como sube una mosca por las paredes, noté que no tenía los nervios como cuando subí la primera vez. Entonces dije contra mí: es posible que no suba más al Naranjo; tengo seis hijos. ¿Por qué no quiso V. ir a verme trepar por el peñasco arriba?
Por fin me vi sobre la cumbre. Tardé poco más de una hora en subir. Descansé un rato y luego puse la bandera en el palo y lo sujeté derecha en una grieta. Eran las once de la mañana.
¡Qué bien parece allí la bandera española! No creo que ningún extranjero se atreva a subir allí a colocar la bandera de su nación.
—¡Bravo, Víctor, bravo! Este hecho no estaba reservado para un extranjero; estaba reservado para un español, para un asturiano, para usted.
—Bueno: pues la niebla tapaba la montaña; pero sobre el Naranjo hacía sol, su cumbre es casi plana y está cubierta de grava. No he podido medirla exactamente como V. me mandó; pero puede calcularse que tiene como unos setenta metros de lado.
Entre la grava hay muchos huesos de los rebecos que llevan allí las águilas para comérselos tranquilamente.
Al descender me perdí; si subo otra vez, he de hacer señales sobre la roca por donde pase. ¿Desde dónde va V. a ver la bandera? ¡Allí está guapa de verdad! ¿Cuándo va V. a verla?
—En cuanto desayune.
Varios vecinos de Arenas y de Carreña, provistos de prismáticos, fueron a verla; unos desde el pozo de la Oración; otros desde lo alto de Vano; yo la vi desde Camarmeña, en compañía de los vecinos de este pueblo.
¡Qué emoción más intensa sintió mi alma cuando vi la bandera española brillar en las regiones de las nieves eternas; sobre peñascos varoniles; sobre alcázares de arquitectura primorosa, donde fulgura el rayo; donde las águilas le rinden homenaje; sobre el coloso risco en cuyas estribaciones fue izada la bandera de la Reconquista, de la independencia y el valor heroico, hecho que fue a terminar su derrotero en el trono que alzó la gran Isabel en los mágicos salones de la Alhambra…
Han pasado algunos lustros desde que la planta humana holló la cumbre de aquella roca. Los que la escalaron no dejaron allá ninguna señal visible desde el suelo, por lo cual eran muy pocos los cabralenses y alpinistas que creían en aquellas ascensiones.
Y para que ahora no haya duda sobre el hecho de haber colocado un asturiano la bandera española sobre el Naranjo, se ha levantado la siguiente acta:
"En el pueblo de Camarmeña, concejo de Cabrales, a veintiocho de setiembre de mil novecientos veintitrés, se reunieron los señores D. José Huerta Díaz, secretario del Juzgado de este término; D. Cándido Heredia Barbero, farmacéutico; D. Francisco Álvarez Fernández, industrial; D. José F. Tarno Madrid, representante del "Eco de los Valle"; y D. Manuel Niembro de la Concha, secretario del Ayuntamiento, con el objeto de ver por sí mismos y dar pública fe de que en la cima del Naranjo de Bulnes ondea la bandera española, puesta allí por Víctor Martínez, vecino de este pueblo, el día veintidós de agosto último, empresa que de hazaña puede calificarse, llevada a cabo por iniciativa y cooperación del delegado Regio de Bellas Artes de la provincia de Oviedo, D. Aurelio de Llano Roza de Ampudia, y que, por considerarse, no ya difícil, sino imposible colocar la enseña nacional allí donde las gentes no dan fe de la veracidad del hecho de que el Naranjo de Bulnes, el coloso de la naturaleza, haya sido escalado por planta humana, se hace necesario que mediante un acta se acredite y de fe de este hecho que pudiera calificarse de memorable.
Provistos los presentes de anteojos de campaña y teniendo enfrente, allá hacia el Sur, el célebre Naranjo que se destaca por encima de cresterías, de montañas y picachos que por todos lados se yerguen, han podido apreciar perfectamente que en la cumbre del famoso Pico, sobre un alto palo que le sirve de asta, ondea la bandera española, viéndola agitarse arrullada por la brisa de la tarde, como orgullosa de que jamás fue besada por aliento más puro, ni jamás se miró tan alta, tan lejos del lodo de pasiones en que se agitan los humanos, tan cerca de las regiones ideales donde sólo es dado subir con el pensamiento.
Y después de escuchar de labios de aquellos aldeanos la hazaña de Víctor Martínez, alabando a la vez el patriotismo y la esplendidez de D. Aurelio de Llano, tan popular en estos pueblos, regresamos los reunidos dejando aquellos lugares de Poncebos, Bárcena y Camarmeña, en donde la Naturaleza ofrece al visitante, al turista, al viajero, el contraste maravilloso de tanta grandiosidad, levantando la presente acta que suscriben: José Huerta Díaz, Cándido Heredia Barbero, Francisco Álvarez Fernández, José F. Tarno, Manuel Niembro de la Concha".