Bellezas de Asturias
ESCENAS PASTORILES

A las siete de la tarde comienzan a llegar centenares de cabras y ovejas, y se suben al cueto que hay en el centro de la majada. Las pastoras gritan con voz argentina y acariciadora:

—¡Venid, las mis cabrinas! ¡Chicha, jooo! ¡Ah, la igüera mía! ¡Chiii! ¡Aparta, jooo! ¡Toma! ¡Quirrr! ¡Ah, la mi cabrina, simplona!

Las cabras se acercan a las pastoras y toman de la salera -especie de petaca de sayal- un bocado de sal, y se retiran lamiéndose.
¡Qué cuadro más interesante! Mugen las vacas. Los jatos iñan en los bellares. Balan las ovejas. Las zagalas, acompañadas por el tintineo de campanillas y cencerros, cantan canciones pastoriles:

Estoy ronca y ya no puedo
entonar la mi tonada;
soy pastorina en el monte
y me dañó la rosada.

Comienza el ordeño. ¡Qué gritería arman las pastoras en lo alto del cueto!

—¡Ven acá, jooo! ¡Estate quieta, pinta! ¡Ay, que cabritina, cuántas monadas haces antes de darme la leche! ¡Ven acá tú, que estás avinada, picarona! ¡Ah! ¡Ah! ¡Quirrr! ¡Au, au!

A las cabras les gritan: ¡jooo!, y a las ovejas, ¡jeee!
Cuando las pastoras están ordeñando, si se acerca a ellas alguna cabra en busca de más sal, le escupen en el hocico, lo cual le produce un efecto desagradable, la hace estornudar y se retira para no volver…

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Los últimos rayos de sol se apagan en las altas cumbres. La noche se va extendiendo sobre la fresca majada, y las estrellas empiezan a parpadear en el profundo azul del cielo. La joven pastora Mariana Díaz, dueña de la cabaña donde me hospedo, entró, y me dijo:
—Ahora voy a preparar para V. y para mí una cena de pastores. No le damos la gloria porque ésta nadie puede darla más que Dios; pero si gloria tuviéramos, gloriale dábamos a usted.
Encendió el fuego con leña de haya, remangó los brazos hasta los codos, y en una fuente amasó harina de maíz con agua y un poco de manteca fresca. Cubrió la presuga con un paño blanco, sobre el cual colocó la pasta, y con sus manos perfumadas por el aroma de florecillas silvestres, le dio palmaditas hasta formar una torta alargada. Todas estas labores las hacía sin cesar de cantar.
Puso la torta al fuego sobre el tortero ingrientu, y con una varita la golpeaba de vez en cuando. Parecía un hada. Como si obedeciera al conjuro de sus cantares, la pasta adquirió hermoso color dorado.

—Ahora, —me dijo—, voy a hacer unos fritos que va V. a chuparse los dedos con ellos. Después no vendrá mal una tortillina.

Cortó unas tajadas de pan, las empapó en leche y las frió con manteca. Luego envolvió el reyu y coló la leche por él.

—Ya está la cena. Torta caliente; fritos de pan; una tortilla de huevos, leche y queso. ¡A cenar!

La luz de un candil alumbra suavemente la cabaña. La pastora colocó los platos en un banquito cubierto con un mantel; nos sentamos en sendas tayuelas y cenamos con buen apetito la modesta cena, durante la cual me pareció que estábamos representando una escena de una novela pastoril.
Luego de cenar, paseo por la majada en compañía de los pastores. Y Aurora Díaz, zagala de 17 años, flor de la montaña, me dice:

—Mire V. allá, enfrente, el Naranjo de Bulnes; parece un gigante saliendo sobre los peñascos. ¡Y qué cielo! ¡Mire, mire usted qué guapa está la carrera de Santiago! ¡Y el Carro Triunfante! ¡Y las tres Marías! ¡Cuántas estrellas se ven ahora!, ¿verdad?

—¡Sí! Es una noche rica en estrellas, de hermosa luna creciente.

Continuamos nuestro paseo respirando los delicados perfumes de la manzanilla y el brezo, viendo el ganado descansar rumiando sobre la alfombra tejida de hierbas refrescantes. Ladran los perros de vez en cuando; un zagal tañe la mueya para espantar a los lobos. En la Grayera se oyen melodías que emocionan y elevan el alma a las regiones infinitas:

Amores tengo al Oeste,
amores al vendaval;
los que más estimo y quiero,
al lado del Norte están.

cantó una pastora que subía por el cueto de la majada. Parece que recibimos las caricias de un soplo divino. Los rayos de la luna entran por los ventanales del roquedal e iluminan los palacios de la noche, cuyas torres afiligranadas irradian haces de luz nacarada.
¡Qué sombras más fantásticas proyectan las rocas!…

—¿Le gustan a V. los cantares de estos puertos? -me preguntó Mariana.
—Sí, me gustan mucho.
—Pues en su libro Del folklore asturiano publica V. un cantar sobre los pastores que no van a misa; dice así:

Los pastores en el monte,
por cuidar los animales,
ni oyen misa los domingos
ni visitan los altares.

¡Ah! En estas montañas tenemos otro más bonito:

Mis amores son pastores
que no bajan a poblado;
allí tienen una ermita
donde rezan al rosario.

Cantar que pone de manifiesto nuestra fe religiosa.

—¡Es verdad!

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A las once de la noche nos retiramos a dormir. Y al echar el aberruyu a la puerta de mi cabaña, ruego a los pastores me llamen a la hora en que ellos se levanten; no quiero perder un detalle de los magnificados amaneceres que desde aquí puedo contemplar...
Comienza a riscar el alba. Se apagan las estrellas. Ya está en pie el pueblo pastoril. Los lobos se retiran a sus guaridas ocultas en las Oyeras de Juan de Poo. El águila deja el alto roquedo y se cierne majestuosa sobre las cañadas, esperando la ocasión de precipitarse sobre un cordero. De la cueva de la Grayera salen bandos de grajos y se posan sobre el campo, emitiendo graznidos prolongados, como si los estuvieran martirizando. Se oye el rumor de insectos, y el canto de las "pajarinas de las nieves". Todo es ritmo y sonido. Las cabras, entre las que rebrinca el celoso macho, coronan el cueto de la majada. Las pastoras entonan canciones que llenan el espacio de armonías; hacen el ordeño y vuelven a la cabaña con las vasijas rebosantes de espuma; y luego de peinar sus cabellos, mirándose en el cristal de la fuente, se alejan con el ganado en dirección a los pastos floridos y empapados de rocío perfumado.
Entre tanto, la aurora cubre suavemente de color rosa claro la corona del Naranjo y su corte de rocas escarpadas. Los Picos de Europa aparecen iluminados por tonalidades que producen sensaciones sonrientes. Pero esto no dura mucho, porque los primeros rayos del sol funden la tinta rosada de la montaña y la visten de plata brillante…

Me alejo un poco de la majada para subirme a la vertiginosa cúspide del Pico Aliveros, sobre Tielve, con el objeto de administrar el grandioso panorama semicircular formado por los tres macizos de los Picos de Europa. Creo que este es uno de lo mejores puntos de vista de tierra española. Al asomarse por encima de esta cumbre, se prorrumpe en un grito de admiración.
¡Cómo describir tanta belleza! Se contempla el macizo occidental, desde Camarmeña a Peña Santa de Castilla, pasando por las majadas de Ostón. La vertiente Norte del macizo central, bañado de luz y coronado de torres cuyas agujas se hunden en el cielo; de Oeste a Este, los Picos de Albo; El Neverón; Torre de Cerredo; Torre del Llambrión; Tiro de Alfonso XII; Tiro de la Torre; Las Moñetas; Peña Castil; Cabeza de las Moñas…; y en el centro del torredal, en primer término, aislado en oposición orgullosa, se yergue el Naranjo de Bulnes. La pared Oeste del macizo oriental, desde la Tabla de Lechugales a la Llomba del Toro.

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Mirando al Norte, la vista se recrea gozosa ante los picachos que se alejan formando escalones descendentes hasta las estribaciones de la sierra de Cuera, que se ve en toda su longitud; y el caserío que se esfuma entre alfombras de esmeraldas, blanqueando como las montañas; y en último término, la mar azul besándose dulcemente con el cielo…
A las doce regresan los pastores a sus cabañas y comienzan a transformar la leche en queso. La de vaca, ordeñada al oscurecer, la ponen al fresco durante la noche en un vejigu colgado del arrudu hincado en lo alto de una peña. Con esta leche hacen manteca.
En la cabaña tomo nota de las operaciones que hace la pastora Mariana. La leche puesta a cuayu la revuelve con un cucharón para separar el suero de la cuajada; ésta, como más densa, se va al fondo de la vasija, quedando el suero encima; la operación dura unos veinticinco minutos.
La pastora, de vez en cuando, suspende la faena para avivar el fuego, al cual está puesta nuestra comida, y alegra la cabaña cantando:

En el monte nací yo:
donde nacieron los robles,
donde nació la madera
para los escarpidores.

Separó el suero de la cuajada, a la que echó sal, y la colocó en el arniu, aro de corteza de árbol, semejante a una cestita. Este procedimiento es tan primitivo como el que se usaba en los tiempos de Homero.
El cíclope Polifemo, a la vista de Ulises,

ordeñó con todo esmero
las ovejas y cabras baladoras…

La mitad de la leche que sacaba
cuajó y acomodóla en canastillos
1..

Luego puso el arniu encima de una tabla que está a cierta altura del fuego, donde la cuajada permanece curando veinticuatro horas o algo más; en curando se deposita en el departamento de la cabaña llamado horru, "hasta que tenga cardenillo". Entonces se lleva a una cueva, que visitaremos dentro de un momento.
Esta pastora ha sido alumna de la Escuela de Industrias derivadas de la Leche, de Arenas de Cabrales.
Estamos sentados en la majada, a la sombra de un peñasco. Los pastores me recitan romances y cuentos, que traslado inmediatamente a mi cuaderno.

—¿Sabes hablar por la turulla?— le pregunté a un pastorcito.
—No sabrá— dijo Mariana; pero a propósito de esto le contaré un caso que ocurrió en esta montaña:

Estaban dos pastores en la cueva del Jouz del Cuevu, y en esto llegaron los ladrones y les mataron una cabra. Al castrón no pudieron matarlo porque se les escapó. Entonces, los pastores determinaron dar cuenta del caso a dos compañeros suyos que estaban en la cueva de Lutrera, para lo cual uno de ellos se subió encima de un peñasco y dijo con la turulla:

¡Compañeros de Lutrera!
Oíd la mi turullera,
que la cabra marmellada
en cecina está asada,
y el castrón, col cencerrón,
en el pico hace ¡tin, ton!;
dilo en casa, dilo fuera,
y a mi madre la primera;
no lo digas a mi tía,
que de pena moriría.

Y con este aviso acudieron los vecinos y prendieron a los ladrones 2..

—Mariana, —dijo un pastor—, cuéntanos cómo se salvó aquel cabraliegu que iban a ahorcar.
—¡Ah, sí! Un mozo de Cabrales emigró a tierra lejana y allí echó novia; pero sucedió que un individuo de aquel país abusó de ella. Entonces el de Cabrales lo mató. Esto no estaría bien; pero… vamos… tiene disculpa… El caso es que con disculpa o sin ella lo condenaron a ser ahorcado. Y cuando llegó al patíbulo, vio allí al juez que lo podía perdonar, el cual era de Arenas de Cabrales.

Entonces dijo el reo:

—¡Señor juez!: ¿Puedo hablar?
—¡Hable usted!

Y habló de esta manera:

¡Adiós, la Torre del Ciego,
Torre de la Panadera!
¡Adiós, al Pared-moyades,
Banoria con su cotera!
¡Adiós, la casa de abaxu,
casa de Juana Porrera!
¡Adiós, al Cotera-llaciu,
coterín de la Jelguera!
¡Adiós, al Cantu-palomar,
donde yo tocaba la
mueya!…

El apéndice del facsímil escrito por Modesto González Cobas agrega los siguientes versos:

Adiós riega la Collada,
la oberiza dicen que era
donde se pierden las cabras
sin parecer pelo d’ellas.
Adiós la vega de Miñances,
adiós la florida vega,
adiós el pellín edrao,
adiós casa de Juaco Guerra,
adiós al collau cabrío
riega de la Culibrera

—Ese es de mi pueblo —dijo el juez—. Por los sitios que nombró el reo, anduve yo cuando era rapaz. Soltadlo y que se vaya inmediatamente para Cabrales.
—No los hay más listos que los cabraliegos— dijo una zagala.
—Es verdad— le conteste yo.

A las tres de la tarde voy con un grupo de pastoras a la cueva de Morrecéu, lugar donde ponen el queso para que "ablande con el frío", y entonces lo llevan al mercado.
La entrada de la cueva es chiquita. Antaño penetraban en ella secretamente, en días de niebla, o por la noche.
Después de avanzar un poco se llega al "salón", del cual parten varios pasillos que comunican con departamentos ornados de estalactitas y estalagmitas. En cada departamento tiene cada pastor sus quesos puestos sobre llábanas. La temperatura es baja.
Metí el candil que nos alumbraba por una aspillera abierta en un haz de columnas estalagmíticas, para ver qué había allá dentro, y quedé gratamente sorprendido al contemplar una cámara pequeña, cuyas paredes están formadas por vitrificaciones brillantes y encajes arabescos. Del techo penden candelabros de filigrana, y el suelo está alfombrado con esferitas calcáreas semejantes a perlas. Pienso si esta cámara será la habitación de la Xana que protege a los habitantes de Tordín…
En el "salón" me dijeron las pastoras:

"Ya ha visto V. cómo hacemos el queso; si escribe algo sobre ello, diga que no es cierto lo que cuentan por esos pueblos de Dios: que lo metemos entre estiércol seco para que fermente. ¡Qué ignorancia!".

Yo también oí alguna vez esto que me dicen las pastoras. Y digo con ellas: ¡Qué ignorancia! Quiero hacer constar que el queso que se fabrica en esta zona asturiana, llamado "queso de Cabrales", se fabrica con toda limpieza, siguiendo las manipulaciones que he escrito arriba.
Salimos de la cueva y nos encontramos con la montaña cubierta de neblina. Se oyen voces en la lejanía: ¡Ou, ou!, a las que contestan las pastoras, y una de ellas rompe a entonar canciones:

Esta ronquera que tengo
me la cogí en la majada
con el sol, con el nublado,
el orbayu y la rosada.

Hace tres días que orbaya, y la niebla continúa agarrada a las peñas. Los pastores no alejan el ganado de los aledaños de la majada; dicen que "día de niebla día de lobos", y para auyentarlos tocan turullas, mueyas y bígaros. El ambiente, y los cantares que entonan, producen melancolía:

¡Qué triste llega el pastor
a la cabaña, mojado;
todito lo disimula
si no le falta el ganado!

Los lobos entran bastantes veces en las majadas, por la noche. El 9 de agosto de 1925, estábamos durmiendo tranquilamente es esta de Tordín, y a eso de las doce nos despertó el ruido espantoso que metían las mil y pico reses al huir de los lobos. El badajeo de los cencerros infundia pavor. Los pastores salieron de las cabañas gritando:

—¡Jou, ladrón; jou ladrón!

Y un pastor llamado Raimundo Caso, gritaba a las pastoras:
—-¿Qué hacéis ahí paradas? ¡Mala centella vos parta a vos y a los perros! ¡Quis, quis! ¡toma! ¡Jou, ladrón; jou ladrón! ¡Ajoquiar las cabras por el cueto, puñefleras!

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Las pastoras corrían en todas direcciones para atajar a las cabras; pero éstas ya estaban encaramadas en las peñas.
Por fin se calmó el ganado; pero se quedó en el mismo sitio donde se refugió, hasta el día siguiente. Los lobos no consiguieron matar ninguna res.
Otra escena como esta la presencié aquí mismo la noche del diez de agosto de 1926. Entonces, los lobos se llevaron una cabra e hirieron una oveja. Yo me herí ligeramente contra un espino por proteger a la zagala de 15 años Eulogia Nava.
Los ataques a las majadas, los hacen los lobos alrededor de las doce de la noche.
Es casi creencia general que las caballerías, cuando las acometen los lobos, forman una circunferencia, con la cabeza hacia el círculo, en el que meten la cría, si la tienen, y que se defienden con las patas traseras.
Esto no es cierto. ¿Cómo es posible que ningún ser vuelva la cabeza para defenderse del enemigo que le ataca? Desgraciadas de las caballerías si se defendieran así.
Forman un cerco que nunca pudieron romper los lobos; pero lo forman con la cabeza hacia fuera, y se defienden a mordiscos y con las manos. Y si en la yeguada hay "caballo padre", éste no forma con las yeguas, las defiende corriendo de lado, alrededor de ellas y cara a los lobos, que procuran separarlo de allí y hacerle correr. Si consiguen esto, entonces lo matan hiriéndole en el cuello o en el vientre.
Las caballerías no forman el cerco cuando están próximas a una escarpa o roca tajada. Entonces se arriman a ella formando en línea, cara a los lobos. Y cuando un caballo está solo, se defiende por el procedimiento de arrimarse a una peña o a un árbol; si no tiene donde arrimarse su muerte es casi segura.
Aunque no se presencie una lucha entre lobos y caballos, se sabe muy bien cómo se colocaron estos para defenderse, porque lo indican las huellas que dejan sobre el terreno las herraduras, cuyas semicircunferencias aparecen en dirección al árbol, a la escarpa, o al círculo.
Las caballerías, cuando barruntan el peligro, se llaman para reunirse, por medio de relinchos altos y cortados.

—Ji, ji, ji, ji…

Las vacas también forman el cerco, —y meten las crías dentro de él—, cara a los lobos, y la cabeza gacha, en disposición de embestir al enemigo y lanzarlo por el aire.
Los caballos y vacas que desde la lejanía oyen los relinchos y los berridos del ganado que se está peleando con los lobos, relinchan y berrean de manera menos alarmante, como para ponerse en guardia contra un peligro posible…
Ha desaparecido la niebla. El ambiente está lleno de luz y de perfume. Después de la siesta voy con los pastores a hacer una visita a los de la majada de Antrejano, que dista de Tordín poco más de un kilómetro.
Por el camino encontramos un joven pastor, vecino de Tielve. Se acercaron a él tres zagalas de nuestro grupo y le preguntaron:

—¿Dónde vas por aquí arriba con ese jocicu tan arrugau y esos zambarcos reventados?
—Los zambarcos reventélos anoche por bailar; y el jocicu arrugósemi en cuanto os vi venir; porque yo iba a vuestra majada a daros jiga.
—¿Jiga a estas horas?

Las zagalas se dirigieron una mirada de inteligencia, cogieron al pastor y le tumbaron sobre el campo. Luego comenzaron a peñerarlo, operación que consiste en coger a uno de los pies y los brazos y zarandearlo rápidamente en el aire.
El pastor se retorcía por desprenderse de las bravas zagalas. Estas, cuando se cansaron de peñerarle, escupiéronle con desprecio en cierta parte y le dijeron:

Mozu peñerau
non sirve pa casáu.

Y echaron a correr riendo a carcajadas. La escena fue graciosísima y rápida.
Es costumbre entre las pastoras de estos puertos -también existe en otros lugares de Asturias-, peñerar a los mozos, que se defienden cuanto pueden, sin emplear la violencia, para librarse de ser peñerados; esto lo consideran como una afrenta.
Las zagalas que cometieron la travesura, van delante de nosotros cantando:

Aunque vivo en este puerto,
donde la neblina posa,
no voy a la tú cabaña,
galán, por ninguna cosa.

En la majada de Antrejano pasamos una hora en agradable compañía con los pastores de aquel cabañal.
Dice un autor (Juan Guerra Díaz, ver bibliografía), que "la etimología de Antrejano puede derivarse de las palabras antrum (cueva) y janus, que como en la majada hay una cueva, pudieron los romanos consagrarla al dios Jano. Y de aquí, antrum de Jano, antrejano" 3..
Al extremo de la majada, en una ladera que mira al Sur, hay una pequeña cobacha sin importancia alguna, e impropia para servir de templo a una divinidad romana. Los romanos erigían a sus dioses templos suntuosos.
Viniendo de Sotres, la antesala de Portudera o Puerto de Era, es antrejano. ¿No será antoxano, > antexano, anteostianu, igual que antoxana o antojana?…
Las pastoras mientras pace el ganado, leen libros, fabrican el queso, cogen manzanilla, jenciana y orégano; lavan, cosen y hacen otras labores domésticas.
Los pastores cogen tila, que venden a treinta y cinco pesetas la arroba, precio bastante pequeño si se tiene en cuenta el peligro que corren al cogerla de los tilos, porque éstos están al borde de grandes precipicios.
Los domingos juegan a los bolos en las majadas, y la juventud se divierte honestamente bailando al son de un tambor o pandero acompañado de cantares:

Antrejano lleva el ramo,
Humardo lleva la flor;
en Tordín las buenas mozas
¡Ya lo creo que lo son!

En el mes de setiembre todos los pastores abandonan los Picos de Europa y llevan sus ganados a los invernales que tienen en los aledaños del pueblo.



1. La Odisea. Tomo I. Libro noveno. Traducción de Federico Baraibar y Zumárraga. Madrid, 1912.^
2. El 16 de octubre de 1921, recogí en Campo de Caso un cuento semejante a este. Lo trae mi citadi libro Del folklore asturiano, pág. 105.^
3. Apuntes Geográfico-históricos del concejo de Cabrales, por Don Juan Guerra Díaz. Oviedo 1923. pág.84.^



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