Una de las cosas más temibles en la montañas es la niebla. Yo la he visto formarse en las cumbres, y he andado por entre ella varias veces en el macizo central, y sé los peligros que trae consigo, a parte de que se malogra una excursión, porque no se disfruta del paisaje. Nosotros tenemos suerte; nos acompañan días espléndidos de luz.
No me gusta hacer excursiones rápidas, porque no se saca provecho de ellas; me gusta instalarme en una cabaña y desde aquí hacer salidas a las alturas para gozar de esta naturaleza hermosa y bravía. Pero esta excursión es excepcional. Pasar la Canal de Trea y la garganta del Cares no suele hacerse más que una vez en la vida, si uno se encuentra con fuerzas para ello. Yo aprovecho la ocasión.
En el trayecto de Caín a Poncebos nos acompañará un cainense, quien nos dice que andando a paso largo emplearemos seis horas en el camino; y que éste es peor que el de la Canal de Trea. ¡Dios nos asista!
Partimos a las ocho de la mañana del día nueve. A la salida del pueblo brota borbollando con gran fuerza, formando hermosos penachos de espuma, la fuente de la Jarda.
Atravesamos el embalse de la Electra del Viesgo y enfilamos la estrechura por un agujero con ventanales al río. El guía nos dice que podemos atajar mucho si, en vez de remontarnos al Collau de la Tranvia, por un sendero peligroso, seguimos río abajo, saltando por los cantales, ya que lleva poca agua.
Así lo hacemos. Pero llegamos a un sitio estrechísimo. Mirando hacia arriba no se ve más que una raya de cielo, y el agua forma un pozo bastante hondo. Vuelvo la cabeza para decir al guía que cómo nos trajo por aquí, y en esto oigo chapotear: es Collada que pasa el pozo, vestido; el agua le llega bajo los brazos.
—Yo por ahí no paso— le digo al guía.
—A ver si puede V. pasar por donde yo, por esta llambria.
En la pared, vertical, hay unas oquedades en las que afianzo las manos y comienzo a avanzar pendiendo sobre el pozo. Entonces me dijo nuestro acompañante:
—Usted pasa como nosotros los "cainejos".
Subimos sobre la pared del canal de la Electra, cuyo espesor es de cincuenta centímetros. La velocidad del agua tira de nosotros si la miramos, y si volvemos la vista al otro lado, nos llama el abismo que tenemos a nuestros pies. Tres cabras igüeras vienen detrás de nosotros…
Por una pendiente fortísima, sembrada de piedras movedizas, entramos en Sedullinabiu, donde algunos tramos del sendero están labrados en la roca; otros, forman cornisas estrechas, a centenares de metros sobre el río. Este paso es emocionante.
Llegamos a un pequeño campo, en el que se halla una caseta de la Electra del Viesgo, con guardas de día y de noche.
¿Cómo se llama este campo?— le pregunté al guía.
—San Julián de Culiembro.
—¿Es aquí donde hubo una capilla?
—Sí, señor; —contestó uno de los guardas—. Aquí está el sitio donde se encontraron los cimientos de ella cuando se hicieron estas obras. En la capilla decía misa un obispo…
—Sí, ya lo sé; me lo han dicho en Camarmeña y en las majadas de estos puertos.
Frente a San Julián de Culiembro se halla la fragosa Canal de Piedrabellida, paso difícil del macizo central.
Seguimos adelante, y en la Riega del Sayu tomamos agua de una fuente que brota a la orilla del sendero, y nos echamos a descansar al pie de un peñasco. De las cumbres desciende un silencio sagrado. Estoy tumbado sobre piedras, con el cuerpo dolorido; pero mi espíritu se recrea ante estas rocas ingentes…
¡Qué hermosa es mi Asturias querida, mi nativa tierra, la que me ha dado su sangre, sangre de asturiana pureza! ¡Cuánto me alegro de haberla recorrido toda, admirando su belleza, desde el Deva al Eo, y del mar a la cantábrica cordillera!
¡Asturias, que tras de estas cumbres, en las estribaciones del Auseva, labraste el trono que llevó a mundos nuevos la insignia nación ibera, quien supiera cantarte una oda, aquí, en la profunda grieta, por la que va saltando el Cares, de cascada en cascada, de peña en peña, y que el eco de las estrofas se reflejara en las oscuras cavernas y en la cinta azul de cielo que alumbra esta estrechura inmensa!…
Nos ponemos en marcha. El sol nos quema la espalda, y las rocas, desfallecidas de calor, nos lanzan al rostro ondas de fuego. Al volver un recodo aparece ante nosotros una escalera alta, estrecha, tallada en un contrafuerte al borde del abismo. La llaman la escalera de la muerte; al subir por ella, me dan escalofríos. Desde lo alto, miro hacia abajo y veo a Collada en el primer peldaño, pálido, tembloroso. Le digo que haga una fotografía de este paso y me contesta:
—No me atrevo, se me ponen los pelos de punta.
Salimos de este sendero para entrar en otro peor: en las malditas graveras; sus pedruscos deslizantes bajo nuestros pies llevándonos hacia el río, que ruge en el fondo del abismo y se encarga de arrastrar hasta Arenas a los "cainejos" que se despeñan por aquí con bastante frecuencia. "El guía Lorenzo, que tiene cuarenta y tres años, ha conocido, sólo de Caín, catorce despeñados: él mismo perdió en tres meses a su madre y dos tíos, y conserva en la parte alta del frontal una enorme cicatriz, causada por una de sus temeridades en aquellas rocas que tanto quiere" 1..
Le digo al guía, que otra vez no venga con alpinistas sin traer una cuerda para ayudarles a pasar los sitios peligrosos; sobre todo, las graveras. Nunca mejor que al recorrer este camino se puede decir aquello de "pasar las de caín".
Desde los Collados de Pregüeles vemos a lo lejos una gravera resbaladiza, pendiente sobre el río; tenemos que atravesarla, y luego seguir el contorno del peñasco que aparece a la izquierda de la fotografía 77. El paso por el punto X es bastante peligroso.
A una y otra mano se alzan los enormes murallones del macizo central y occidental. La distancia entre Caín y Poncebos se calcula en veintidós kilómetros subiendo y bajando por sitios tan imponentes, que "los lobos mismos miran con respeto aquellos pasos y no se atreven a salvarlos" 2..
A las seis llegamos a Poncebos; empleamos diez horas en el camino, ocho andando y dos de descanso, sin más alimento que una taza de café puro, al salir de Caín.
Habrá pocas alturas de la importancia de los Picos de Europa que no estén profanadas por funiculares, cables y carreteras. No soy partidario de estas profanaciones; el trepar por los senderos que serpean al borde del abismo causa una emoción soberana. Pero es justo que los que no reúnen condiciones de alpinista, disfruten de las bellezas de estas montañas penetrando en el corazón de ellas por una carretera fácil de construir desde las vegas de Sotres al Naranjo de Bulnes.
Nuestra diputación y la de Santander han acordado la construcción de una carretera interprovincial, por el puerto de Aliva. A Asturias le corresponde construir el trozo de Poncebos a la Raya, —lugar que describo en la página 57—, pasando por Tielve y Sotres. Su trazado es bastante sencillo; sobre todo desde el invernal del Texu de Asturias por la orilla del río Duje. La distancia entre Poncebos y la Raya es de veintidós kilómetros.
En construyendo esta carretera, se puede trazar un ramal que partiendo de la entrada de las vegas de Sotres, ascienda serpeando suavemente hasta remontar el Collado de Cuaceya; y de aquí, por encima de Pandébano, —camino que describo en la página 52—, a lo largo de la falda de Cabeza de las Moñas, terminando en la vega del Redondal, en un punto situado como a unos dos kilómetros más abajo del Naranjo de Bulnes.
En Asturias hay bastantes carreteras de trazado más difícil que el de esta que propongo, en cuya materia no soy profano. La diferencia de nivel entre el punto de partida y el de llegada es de ochocientos cincuenta metros, y la distancia ocho kilómetros; las obras costarán quinientas mil pesetas. Estos datos no son rigurosamente exactos, pero se aproximan a la verdad.
En la vega del Redondal, llamada así porque está llena de peñascos procedentes de las cumbres, se podría instalar un hotel desmontable, -de construcción fija lo desharían las peñas y los aludes que bajan de las alturas por el invierno-, que funcionaría tres meses de verano; la concurrencia de turistas a este punto seria enorme.
A la entrada de la carretera se podría cobrar portazgo a los automóviles por número de asientos, cuyos ingresos cubrirían con creces los gastos de conservación de las obras.
Esta carretera se hará. ¿Cuándo? No lo sé; pero se hará.