Manuel Niembro de la Concha en El Oriente de Asturias del 22 de septiembre 1895, nº 538.
COSAS DE CABRALES
Fiestas de la Salud
Pasaron ya estas hermosas fiestas, una de las primera de la provincia —dicho sea sin exageración alguna—; fiestas que alcanzaron en los últimos años grande preponderancia, merced al justo renombre que ha adquirido un santuario donde se venera una Virgen tan milagrosa; fiestas honradas con la presencia de infinito número de romeros de todos los concejos de Asturias y no pocos de las provincias vecinas; fiestas esperadas con ansia por tantos devotos que acuden presurosos con la ofrenda que prometieron cuando, postrados en el doloroso lecho por enfermedad cruel, la Virgen milagrosa que aquí se venera les devolvió la salud y con ésta la tranquilidad y la dicha; fiestas anheladas por esa juventud que sólo busca diversiones y placeres, cual si para divertirse y (?) hubiera nacido solamente; fiestas en fin, esperadas por todos, ricos y pobres, grandes y pequeños, devotos y profanes…
Bien quisiera que me fuera dado reseñado dignamente; pero pedir esto a mi pluma sería tanto como pedir al olmo peras.
Y basta y aún sobra de prefacio; no pidiendo indulgencia a los lectores, porque sé muy bien que jamás se concede a quien con razón la pide.
Al medio día del sábado ya se oía en Carreña el formidable estruendo producido por el estallido de los gruesos palenques que surcaban el espacio, y el incesante y alegra clamoreo de los bronces que llevaban en sus ecos a todos los ámbitos del concejo, cual veloces mensajeros la grata noticia de que ya había llegado el periodo de los festejos, el periodo de la alegría.
Desde aquella hora la carretera, que divide el pueblo, se veía llena de inmenso gentío que de puntos lejanos venía a visitar la Virgen de la Salud, si fatigados por el largo camino, contentos y satisfechos como lo demostraban cantando sencillas estrofas, interrumpiéndose solamente para lanzar atronadores vivas a la Madre de Dios.
No tardó en estar el pueblo rebosando gente de todas edades y condiciones, por lo que no en vano se auguraba que la romería dejaría memoria grata.
Muy luego se organizaron como por ensalmo animados bailes en diferentes puntos, al son de la gaita del famoso Candolías, o de algunos Sarasates que con hábil mano tocaban escogidas piezas. Bien pronto se echó de ver la falta de la banda de música que acostumbra venir a amenizar esta función, lo cual fue motivo para que el descontento cundiese entre los romeros, quienes no escatimaron las censuras a la informalidad e inconsecuencia del que se encargó del cumplimiento del programa y no lo hizo. Y en verdad que las censuras eran bien merecidas, porque una banda de música, siquiera sea la "Coruñesa" —como han dado en llamar a la de gallegos— es un grande atractivo en una función. Por eso es imperdonable este lunar, máxime cuando sobran fondos en poder del Depositario o Mayordomo de la Capilla, para pagar una banda de verdad, y aún para hacer algo más, que bien se necesita si los festejos han de ser dignos de los miles de romeros que a esta función concurren; si han de responder al fin que se propueso el cristiano y generoso D. Francisco Bueno, fundador de este santuario. Por eso el patrono actual, mi querido amigo D. José B. Montes, debe procurar que no desmerezcan es nada de la grande fama que ha conquistado esta romería, y si en el círculo de sus atribuciones está, debe confiar para el año venidero su organización a manos menos pecadoras…
…Y llegó la noche, envolviéndonos en sus sombras, a los cuales no fueron capaces de ahuyentar los débiles destellos de la luz que despedían algunas docenas de farolillos de colores que estaban colgados en los alrededores de la capilla…
¿por qué cesan en un momento los bailes, no suenan los cantares, callan los instrumentos y la gente toda dirige la vista a un mismo punto? ¡Ah!… Es que se acercan las muchachas de Carreña a ofrecer los ramos a MARÍA. La guardia civil les abre paso a costa de inauditos esfuerzos, por entre la ola de personas que se precipita, se empuja, se codea por ver mejor un acto que rebosa encanto y poesía; que arroba el alma y exalta la fantasía, formando increibles concepciones… Hermosas jóvenes, ataviadas con vistosos trajes y tocando panderetas engalanadas con primor, saludan a la Reina del Cielo, hacen protestas de su amor y su fe, ofrecen humildes la ofrenda que para honrarla pidieron, ruéganla contritas que proteja a los hijos que la veneran, no se olvidan de aquellos que abandonaron su patria por correr tras la veleidosa fortuna a lejanos países, impetran su (?) ayuda para que alla en la perla de las Antillas no tarde en flamear nuestra sacrosanta enseña, orgullosa de que al fin concluyó el filibusterismo, cesando tantos horrores y desastres como causa la guerra sangrienta que allí se sostiene… Todo esto en sentidas canciones que causaban la admiración de cuantos las escuchaban.
Los bailadores reanudan sus tareas, dejándola muy luego para admirar los caprichosos efectos que en el aire producían profusión de cohetes de colores y los fuegos artificiales que quemaban los pirotécnicos de Infiesto, que una vez más dejaron bien puesta la fama que adquirieron.
Durante toda la noche, reinó animación indescriptible pues si bien los que de este concejo fueron a la verbena regresaron a sus nidos en busca del indispensable descanso, quedaron infinidad de forasteros que pasaron la noche bailando sin descansar, cual si fuesen de bronce, o entonando alegres y chispeantes cantares, donde ocupa preferente lugar el ventrudo corambre de lo tinto…
Y así se pasó la noche, y así amaneció el día 15, disipando con su luz brillante las sombras que la escasa de los farolillos hacía más densa, alegrando a la Naturaleza entera la aparición del sol. Hermoso día en verdad: ni una pequeña nube empañaba la azul limpidez de los cielos, impidiendo que el rey de los astros se ostentase con su poder.
Muy pronto principiaron a llegar caballerías con carruajes atestados de personas y cientos… Fieles a pie, que veían con envidia adelantarse a los primeros. Cuando llegó el que estas líneas escribe —y no fue de los últimos— no se podía dar un paso por los alrededores de la capilla y la Casa-ayuntamiento; ¡tal era el gentío que allí se agolpaba! Por doquiera estaban dispersados los blancos toldos de los tenderos, alternando con los puestos de dulces y las enramadas pipas de sidra que se ostentaban sobre los carros del país que allí las condujeron; y aquí y allí cien cestas de apetitosa fruta, que hacían al mirarlas, disculpar el pecado de la primera mujer…
El nuevo ofrecimiento de los ramos entretuvo agradablemente a la concurrencia, en tanto llegaba la hora de dar principio a la función religiosa que fue cerca de las once. Esta resultó tan solemne como era de esperar; la procesión admirable, grandiosa, conmovedora; al salir del Santuario, la admiración enmudeció a todos; todos se descubren; todos se arrodillan; todos bendicen a aquella imagen sagrada, de hermosura tanta, que al mirarla se quiere adivinar el original que inspira tales obras de arte y todos al verla pasar, repiten con el ángel: "…bendita eres entre todas las mujeres…"
Al regreso de la procesión quemaron el tradicional gigante, que mantuvo con sus gracias en constante hilaridad a gran parte del público, hasta que pereció abrasado, sin que mereciese una palabra de compasión…
Celebró la Santa Misa el señor cura de Berodia, auxiliado de los de Poo y Oceño (Peñamellera), dirigiendo el coro el señor S. Labra, acompañado de don Diego L. Díaz, de Alles, y otros aficionados. Al Evangelio, subió l púlpito don Ricardo Alonso, párroco de Fresnedo (Cabranes), quien durante una hora dirigió la palabra al auditorio que con religioso silencio le escuchaba. Si no como modelo de oratoria, puede reconocerse en el señor Alonso grandes aptitudes para ocupar la sagrada Cátedra. Con potente voz, cantó las glorias de la Virgen de la Salud; su amor inmenso a los míseros mortales que por Madre la veneran; los grandes frutos que el pecador puede alcanzar siendo devoto suyo, terminando con una inspirada invocación recavando su ayuda para que termine pronto esa sangrienta guerra que sostiene España contra los enemigos de la patria en los campos de Cuba.
A la una próximamente, terminó la función religiosa.
Capitulando con el estómago que en mudo acento no cesaba de gritarme "yo no me alimento de diversiones", me dirigí, con algunos amigos, a una casa de huéspedes, de cuyo nombre no quiero acordarme, más que para agradecer eternamente la solicitud con que se prestó a honrarnos, haciendo los honores de la mesa nada menos que el precitado D. Diego L. Díaz, y para admirar, aplaudir, ensalzar y glorificar a las encantadoras señoritas que le acompañaban, que hicieron nuestra estancia tan agradable cual solo en placiente ensueño pudiera imaginar. Los trinos del ruiseñor, el murmullo del arroyo y todo lo demás que se sigue, eran nada comparados con la melodiosa voz de sus privilegiadas gargantas.
A la orilla opuesta del Casaño, río cuyas cristalinas aguas besan amorosas algunas edificios del pueblo, existe un hermoso castañedo; allí fue el sitio escogido por gran número de familias para merendar los apetitosos manjares que traían preparados, tumbados sobre el blando césped, a la sombra de los copudos castaños.
Después… la función profana recobra nuevos bríos; todo es animación, todo bullicio, todo alegría, que se veía rebosar en los rostros de la gente moza. Aquí bailan el pericote y el fandango, al son del clásico tambor y pandereta; allá la bulliciosa jota tocada por el famoso Candolías; acullá el aristocrático vals, cuyos acompasados movimientos obedecen a las sonoras notas arrancadas a las cuerdas de un violín y por doquier danzas y giraldillas, donde todos, hasta los más profanos en el arte coreográfico encuentran hospitalidad.
Excuso decir que estaba en Carreña la flor y nata de las pollitas cabraliegas, luciendo sus encantos imponderables, realzados por los ricos trajes de aldeanas que llevaban con inimitable gracia y salero.
Sólo consignaré, con sumo gusto, que el orden más perfecto presidió estas fiestas, lo cual honra sobremanera a los pacíficos cabraliegos y habla muy alto en favor de la sensatez y cordura de los forasteros que nos visitaron.
Hasta el año que viene.
Manolo.
Septiembre, 16 del 95.