Biografías y necrológicas
Diccionario Biográfíco de personajes asturianos, pp. 416 y 417 (fuente desconocida).
Sabio cuanto modesto sacerdote, canónigo de la catedral de Toledo, donde fue secretario del cardenal Inguanzo, paje antes de los hijos del Marqués de Gastañaga, para quienes escribió un Tratado de Lógica, Académico de la Historia, y fecundo escritor sobre diferentes materias, redactor de varios periódicos de Oviedo por los años de 1820, cuatro veces Rector del Colegio de Santa Catalina, y de la Universidad toledana, donde fue catedrático muchos años, literato distinguido y autor de muchos trabajos, que se conservan aún inéditos, como del "Bosquejo del Jansenismo" (ver), que escribió, muy joven todavía, y se publicó en el tomo XVIII de la Biblioteca de Religión, aunque sin firmarlo su autor.
Había nacido en Santa María Magdalena de Berodia, feligresía del ayuntamiento de Cabrales, perteneciente al partido judicial de Llanes, el día 10 de octubre de 1793, y falleció, en la imperial ciudad mancionada, el 30 de Abril de 1831*.
Hizo sus primeros estudios con los Padres benedictinos del monasterio de San Salvador de Celorio, y después de recibir el grado de bachiller abrazó la carrera eclesiástica a la que se sentía inclinado desde sus más tiernos años.
Regentó por algún tiempo la cátedra de Derecho canónico, dedicándose al mismo tiempo al estudio del griego y del hebreo, lenguas que llegó a dominar a la perfección.
Trasladóse desde Oviedo a Madrid y allí estudio la lengua arábica bajo la dirección del sabio P. Artiga, distinguiéndose en la corte por su ejemplar conducta de sacerdote.
Luego pasó a Toledo, donde el Emmo. Sr. Inguanzo le dispensó todo género de protección, y le animó a seguir en la laboriosas tareas literarias.
Una de las más difíciles comisiones que se le confiaron en 1830, un año antes de su fallecimiento prematuro, fue la de cotejar el manuscrito de la Historia de Plinio, que se conservaba en aquella ciudad, a fin de anotar las variantes, que halláse. Llevó a feliz término su cometido con aplauso general de los inteligentes y de la Real Academia Española, que en premio de aquel trabajo (ver) le abrió sus puertas ingresando en ella el Sr. Prieto. Sinceros parabienes le prodigaron por su saber y virtudes, entonces, sus numerosos amigos, especialmente el Dr. Julio Silig.
Al poco tiempo perdía aquella benemérita Corporación al nuevo socio, que arrebatado a las esperanzas de las ciencias y de las letras sucumbía víctima de la penosa enfermedad, que le llevó al sepulcro. Dejó el Sr. Prieto gratísimos recuerdos, y fue muy sentida su muerte por cuantos eran conocedores de sus relevantes prendas.
Numerosos escritos salieron de su bien cortada pluma, más todos ellos quedaron inéditos, esperando una mano generosa, que los saque del olvido, en que los dejó su ilustre autor.
Biografía de Fernando Prieto Mestas publicada en 'Priesten und Prälaten', 1846 (en alemán).
Necrológicas publicadas en El Oriente de Asturias, 1886, y La Voz de la Religión, 1839.
El Oriente de Asturias, núm. 47, Año II, 1886 (necrológica)
El Oriente de Asturias, núm. 51, Año II, 1886 (necrológica)
La Voz de la Religión, tercera época, Tomo I-II, 1839 (necrológico)
Necrológica publicada por José Saro Rojas en El Oriente de Asturias (núm. 47, Año II) el 20 de febrero de 1886.
No crean los lectores de El Oriente que no han conocido, ni oído hablar de D. Fernando Prieto Mestas, que este personaje asturiano fue un personaje político de primera talla, o militar que se hubiera conquistado los más elevados puestos del ejército español, por su inteligencia en la dirección, por su valor en la guerra, o en premio de lisonjas palatinas. Nada de eso; el modesto nombre con que encabezamos este artículo, le llevó en la vida un humilde clérigo, de virtud acrisolada y de rara sabiduría, nacido en un rincón del Principado de Asturias, de esta clásica tierra tan fecunda en criar hijos eminentes en todos los ramos del saber; en Berodia, pueblo del Concejo de Cabrales, vino al mundo el día 10 de Octubre de 1793, siendo sus padres D. Manuel Prieto Rojo y doña Francisca Mestas, nobles y cristianos de abolengo, aunque sencillos labradores.
Como la fortuna suele poner límite a las ambiciones humanas, la modestia en que vivían los padres de Prieto Mestas no les permitió pensar en otra cosa respecto al porvenir del hijo, al padre, que en dotar su inteligencia con la escasa instrucción que en la escuela elemental del pueblo nativo podía recibir, dedicándole, fuera de las horas escolares, al cuidado de sus ganados, y a la madre, en formar el corazón de su tierno vástago, inspirándole desde sus primeros años, el más profundo temor de Dios, piedra angular de toda sabiduría, y el ejercicio diario de nuestras prácticas religiosas. Así corrió la infancia y gran parte de la adolescencia de nuestro biografiado, quien a la edad de diez y ocho años apenas sabía leer ni escribir, no abrigaba otra aspiración que seguir el rumbo pacífico que su padre le trazara y aún no había perdido de vista el patrio hogar, tan dulce y tan querido, ni las elevadas cumbres cubiertas constantemente de nieve, que sirviendo de infranqueable valla al Concejo de Cabrales, humillan al hombre y elevan su alma a pensar en el Autor de la creación.
La casualidad, como diría un ateo, la Providencia, que debe decir un creyente, hizo que el entonces párroco de Berodia descubriera en Prieto Mestas una inteligencia privilegiada, acompañada, por raro caso, de una modestia poco común; y ese afortunado sacerdote, cuyo nombre sentimos ignorar, fue quien inculcó en el ánimo de los padres de Prieto la idea de sacrificarse para darle instrucción, sacrificio bien aprovechado por cierto, puesto que a los nueve meses de estar el mozo Prieto Mestas en el convento de Benedictinos de San Salvador de Celorio, dedicado al estudio del latín, dominaba este difícil idioma, traducía con libertad los clásicos y hasta le hablaba con corrección, siendo el orgullo y la admiración de sus maestros y querido y admirado igualmente de sus compañeros. En Celorio estudió filosofía, con la misma rapidez y aprovechamiento que estudiara latín y al incorporar sus estudios en la Universidad de Oviedo, donde dedicó un curso al estudio de aritmética, álgebra y geometría, iba precedido de la nota de sabio, con la que fue después, siempre conocido.
Por la Universidad de Oviedo recibió el grado de Bachiller en filosofía nemine discrepante, y allí estudió la Sagrada Teología, cuyo grado de Licenciado recibió en 3 de Junio de 1824, aprobándosele los ejercicios, también nemine discrepante. Eran tales la consideración y respeto con que a Prieto Mestas se miraba en la Academia de Sagrada Teología de Oviedo, que mientras al estudio de esta difícil ciencia se dedicaba con afán y gloria, sustituía las cátedras de Lógica, Metafísica, Física y Etica, desempeñaba los oficios de Tesorero Fiscal y Gimnasiarca, y era de los primeros en ilustrar en las aulas con sus reflexiones y réplicas, las más arduas materias que se discutían.
En Oviedo estudió con su acostumbrado aprovechamiento Instituciones canónicas, Retórica y Bellas Letras, y en el colegio de Benedictinos de San Vicente de la misma ciudad, se dedicó al estudio de las lenguas griegas y hebrea, que llegó a conocer bien y correctamente.
Pronto llegó a noticia del Excmo. Sr. Cardenal Arzobispo de Toledo, D. Pedro Inguanzo la fama de su paisano Prieto, y formando desde luego propósito de llevarle a su lado, le realizó en el mes de Noviembre de 1824, recibiéndole de su familiar, y honrándole con los destinos de Maestro de pages y Limosnero Mayor.
La rectitud, probidad y celo que demostró Prieto en los cargos de confianza que le confirió el Primado, movieron a este a agraciarle con la prebenda de Racionero de la Ración número 38, de cuyo cargo se posesionó en 18 de Junio de 1828. Para informes y asuntos graves, era el Beneficiado de Toledo, Prieto Mestas, una de las personas cuyo saber y discreción utilizaba con más frecuencia el Eminentísimo señor Inguanzo.
En la imperial ciudad, la persona de Prieto era de todos querida y respetada por las relevantes cualidades de humildad, caridad y sabiduría que le adornaban, de las que jamás hizo alarde ni manifestó presunción. Allí, en su ilustre Universidad, explicó algún tiempo Sagrada Teología, mereciendo del Claustro de Profesores, verdadero areópago, toda clase de consideraciones por su talento y vastísima instrucción y fue también Rector del Colegio de Seminaristas de Santa Catalina de dicha ciudad, fundado por el Conde de Cedillo. El estudio de la Teológica y de los Cánones de la Iglesia, siempre le dejaron vagar para nutrir su inteligencia con otros conocimientos que ya hemos dicho tenía en grado eminente, mostrando especial inclinación a los idiomas, en que los sabios del mundo antiguo dejaron escritos de eterna e imperecedera memoria. La fama de Prieto Mestas como lingüista no se detuvo en los límites de la Nación; voló más allá de las fronteras pirenaicas; aquí nadie dudaba de su saber y completo conocimiento de las lenguas orientales, porque hablando latín, explicando griego, traduciendo correctamente árabe y hebreo, le vieron y conocieron muchos; más para que labrara su sólida reputación fuera de España, se necesitaba ocasión, y está no tardó en presentarse. Una sociedad de literatos alemanes concibió la idea de publicar una nueva edición de la Historia Natural de Cayo Plinio II, y al efecto, para que la obra fuera perfecta, acudieron al Rey de Sajonia, pidiéndole que interviniera con el gobierno de España, con objeto de que se confrontara la edición de esa obra de León de Francia publicada en 1587, con un manuscrito del siglo XIII que posee la santa Iglesia de Toledo.
El Rey de España, deseoso de complacer al de Sajonia y de que el cotejo se hiciera con todo esmero, escrupulosidad y acierto, encomendó por Real Orden de 13 de Mayo de 1830 tan delicada y difícil misión a D. Tomás Ruiz y a D. Fernando Prieto, Racioneros de la santa Iglesia Toledana. Año y medio tardaron estos dos modestos sacerdotes en cumplir sus penosas tareas, dando al cabo de ese tiempo su trabajo por concluido, cuyo fruto fue un grueso volumen de varias lecciones que, por su corrección y esmero, mereció los elogios y las gracias del gobierno español y del Rey de Sajonia; y también tuvieron el honor de que el catedrático de Humanidades de la Universidad de Dresde, luego que hubo reconocido dicho volumen de variantes, les diera las gracias por su esmero, en carta que les dirigió en 19 de junio de 1832, ofreciendo hacer de ellos honorífica mención en la nueva edición de la Historia Natural de Plinio que estaba preparando, y confesando que sus mejoras se deberían, principalmente, a las variantes del Códice Toledano.
El constante trabajar del humilde prebendado, y el clima extremoso y desigual de Toledo, quebrantaron profundamente su salud hasta el punto de que, poco a poco, y sin pensar en ello el infeliz, se iba minando una vida tan preciosa y que tanta gloria y renombre tenía que dar a la Iglesia española. Los facultativos le aconsejaban, si no quería perecer pronto, su país natal, y entonces pensó en hacer oposición a la Penitenciaria vacante en la Catedral de Oviedo. Presentado a la oposición, le fueron aprobados los ejercicios nemine discrepante, entró en votos y compitió la prebenda, obteniendo diez votos, faltándole sólo tres para conseguirla. ¿Y por qué no la mereció? Problema es este en el cual aparecen como factor principal las humanas pasiones, y para cuya resolución ofrece sobrada luz una carta que se encontró entre los papeles del finado Prieto, a la que tuvo éste la previsión de cortar la firma. Un canónigo entonces de Oviedo, escribe al señor Prieto y le dice: Se me ha ocurrido a la memoria y acaso será una inspiración de Dios, que a V. le había faltado a la justicia en no haberle dado el voto, y aunque fui alucinado con un compañero que me anduvo siguiendo, me temo no me alcance semejante disculpa delante de Dios. Y así sírvase decirme a quien tengo de restituir de presente o a su orden la parte pequeña que pueda, y lo demás cargarlo a mi herencia... El Sr. M.... está de resultas muy malo... A esto contesta Prieto en palabras tan dignas y elevadas que copiándolas está ya hecho el elogio de su virtud:
Para consolar a V. lo primero que se me ocurre (dice Prieto a su compañero de Oviedo), son aquellas memorables palabras del Príncipe de los Apóstoles, Si quid patimini propter justiam, beati... Me admira ciertamente la extremada delicadeza de V. y la considero como un rasgo de singular humildad... Suplico a V. que no me abochorne más con este pensamiento... que se persuada, por último de que no estoy agraviado por aquella ocurrencia en la cual he visto y palpado (si es lícito hablar así), a favor mío, la paternal solicitud de la divina Providencia, que adoro y venero siempre que reflexiono sobre la temeridad e imprevisión con que trataba yo entonces de echar sobre estos débiles hombros, una carga tan superior a mis fuerzas. Hablo a V. con franqueza y sinceridad, y le protesto de todas veras que nada exijo, ni quiero de V. ni de otro alguno de sus compañeros, en calidad de desagravio o indemnización o por cualquiera título que sea...
D. Fernando Prieto, a quien, sin duda, sus múltiples e importantes ocupaciones, y su modestia, no le dejaron tiempo ni le prestaron alientos para escribir (al menos bajo su nombre) legando a la posteridad perenne e inmortal recuerdo de su talento e instrucción, con alguna obra científica, dejó, no obstante, profusión de manuscritos que conserva con singular estimación su sobrino D. Fernando Prieto Alles, de los cuales podrán sacar seguramente gran partido las personas versadas en ciencias eclesiásticas y teológicas. No es sólo esto; su escogida biblioteca, en la cual abundan impresos del siglo XVI y entre cuyos volúmenes hemos visto obras de Petavio, Santo Tomás, Santa Teresa de Jesús, Feijóo, Tirini, Melchor Cano, Lami, las actas del Concilio de Trento, las actas de los Mártires, el Diccionario de los Concilios, Un Diccionario Teológico, y otras de remembranza imperecedera, es seguramente arsenal inagotable, en donde no sólo hallará el teólogo los inmensos caudales de sabiduría acopiados por tan esclarecidos ingenios, sino que también se aprovechará de las notas marginales puestas en abundancia por Prieto Mestas en la mayor parte de sus obras, aclarando algún concepto oscuro, o bien fijando el verdadero sentido de muchas de sus ideas. Todo lo abarca Prieto Mestas en su clara inteligencia. En su edición del Diccionario de la Academia Española de 1791, las notan ponen de manifiesto los errores que contiene especialmente en palabras de origen arábigo. Cogemos al azar una Biblia en latín, impresa en Colonia en 1592, y lo primero que llama la atención es una nota puesta por Prieto que dice: Esta Biblia llamada de Ferrara (donde salió a luz en español el año 1553), es obra de los judíos Tobías Athías y Abraham Usque, éste último portugués, los cuales se sirvieron para su versión de la paráfrasis Caldaica, de los comentarios de Aben-Ezra, Kinchi, Rasci, etc. Trae muchos errores. ¿Cuánto habrá registrado y examinado el infatigable Prieto Mestas para resolverse, dada su natural timidez, a consignar en la primera hoja de ese libro tan rotundas afirmaciones?
Carecemos de autoridad y competencia para recorrer hasta su último término el camino iniciado, trabajo, por otra parte, extraño a nuestro objeto, si hay alguno con vocación, voluntad y firmeza bastantes para ello, ya sabe donde se halla tan valioso tesoro. Si a quien le guarda acude, seguros estamos que ha de encontrar francas las puertas, y cuanta solicitud, diligencia y cooperación reclame de su dueño para que el estudio detenido que merece la biblioteca de Prieto Mestas sea útil a la ciencia.
No fue solo su vasta erudición lo que hizo notable a D. Fernando Prieto Mestas, si que también estaba adornado de las más elevadas virtudes cristianas que en tal grado ejercía, que mereció a sus contemporáneos el concepto de Santo.
Humilde sin igual, veíasele con frecuencia en Toledo penetrar en las más pobres viviendas, de las que salía satisfecho por haber ejercitado en ellas la caridad, dejando una limosna con qué aliviar la miseria. Fuera de las atenciones de su modesta vida, a los pobres destinaba todos sus haberes, mereciéndole preferencia los que acostumbrados a vivir con holgura escondían su miseria en el oscuro rincón de insana morada, prefiriendo la muerte horrible del hambriento a hacer pública manifestación de sus necesidades. Como Prieto Mestas conocía bien donde los pobres vergonzantes de Toledo se albergaban, siempre de él recibía alivio su indigencia. Así se explica que al ocurrir su fallecimiento en 19 de Abril de 1839, no dejara otros bienes de fortuna que su escogida biblioteca y los escasos que heredara en Cabrales de su señora madre, de los cuales nunca se aprovechó, dejándolos íntegros a su familia.
En 16 de Julio de 1833, atormentado por la cruel enfermedad que a los 46 años le arrebató la vida, otorgó testamento ante el Notario D. Juan Guillermo Sánchez Molero, cuya disposición no conocemos, pero si hemos visto la memoria que dejó escrita y firmó en 13 de Mayo de 1837, de cuyo notable documento transcribimos a continuación algunos párrafos que demuestran el perfecto conocimiento que tenía D. Fernando Prieto Mestas de lo que es el mundo y la poca importancia que daba a su saber y mérito, no obstante ser tan sobresalientes. Quien había dedicado la mayor parte de su vida al estudio de la ciencia de Dios y sus auxiliares, y a ejercitar la más sublime de todas las virtudes, la caridad, comienza su memoria con el siguiente notable párrafo:
A pesar del mal empleo que tengo hecho y hago del tiempo, sin considerar como debiera lo inapreciable de su valor, y lo irreparable de su pérdida, todavía mi Creador y Redentor amantísimo, se digna concederme el uso de tan inestimable tesoro, conservándome una vida con que tanto le ofendí manifestándome visiblemente aquellas inefables riquezas de su bondad, misericordia y longanimidad que nos enseña y encarece por boca de su gran Siervo y Apóstol San Pablo Dives in misericordia... Si abusando de la Divina benignidad y clemencia, que tan a las claras vemos y palpamos en los sucesos de la vida, nos olvidamos de aquella voz celestial, tantas veces repetida en el Santo Evangelio, de aquel sonoro e instructivo vigilante, que nos intima o recuerda lo infalible de la muerte, lo incierto de su hora, tiempo, modo y circunstancias, y lo riguroso de la cuenta que acto continuo se nos ha de tomar en el Tribunal de Jesucristo, justo Juez de vivos y muertos, ¿qué frutos produce en nosotros la creencia de esos dogmas? ¿Cómo es tan débil su recordación, su memoria, su actual advertencia en los profesores del Cristianismo Católico? Tristes y lamentables efectos de la falta de reflexión, consideración y meditación. Y siendo esto cierto en general, sin distinción de clases, condición o estados, lo es mucho más aún y más terrible si descendemos a las particulares obligaciones propias de algunos miembros del cuerpo místico de la Iglesia, colocados por su divino autor en lugares distinguidos como dechados o espejos en que se mirasen los demás. La grande alteza y excelencia de la dignidad sacerdotal y las singulares prerrogativas con que la ennobleció el eterno Sacerdote Cristo Jesús, exigen de los ungidos del Señor, dispensadores de sus misterios, mayor caudal de virtudes y mayor preparación para comparecer a ser residenciados y juzgados en su presencia, puesto que cada uno debe dar cuenta de lo que haya recibido y de su empleo, y quien mucho recibió de mucho será responsable. Por eso, y reconociéndome yo tanto más obligado a la Divina bondad, cuantos mayores y más particulares son los beneficios que me ha dispensado, y las pruebas de entrañable amor que me ha dado en mil sucesos de mi vida, en los cuales he llegado a ver palpablemente (permitase este desahogo a un corazón agradecido), la tierna y amorosa solicitud de su paternal providencia para conmigo, he querido y debido dejar escrito aquí un verdadero testimonio de mi reconocimiento y gratitud ya que tantas han sido mis ignorancias, ingratitudes y prevaricaciones.
Aún viven miembros eminentes de la Iglesia que admiraron la sabiduría, la humildad, la modestia y la caridad que a Prieto Mestas adornaron. Todavía el Sr. Tirado, catedrático del Seminario Conciliar de Toledo, no ha olvidado a su ilustre maestro Prieto Mestas y creemos también que el Excmo. Sr. Cardenal Monescillo, Arzobispo de Valencia, honra y gloria de la Iglesia española, discípulo de Prieto, a pesar de los muchos años que pasaron, conserva viva la memoria del distinguido profesor que cimentó el edificio de su vasto saber y excelsas virtudes, cualidades que le elevaron al cargo supremo que hoy con tanto acierto, desempeña en la congregación católica.
No sabemos que persona alguna se haya ocupado del cuerpo místico de la Iglesia a cuya memoria dedicamos este incorrecto artículo, y, por lo mismo, afrontamos las justas censuras que se nos dirijan por tan pobre trabajo, encaminado a que Asturias, Llanes y especialmente Cabrales, su patria, conozcan al sapientísimo asturiano D. Fernando Prieto Mestas, muerto hace ya cuarenta y siete años y sepan que su cuerpo se halla sepultado en la Basílica de Santa Leocadia de la ciudad de Toledo.
Artículo publicado por José Saro Rojas en El Oriente de Asturias (núm. 51, Año II) el 20 de mayo de 1886 donde se reproduce una carta escrita al periódico por el Arzobispo de Valencia a propósito de la necrológica.
No estábamos equivocados al escribir el artículo que bajo el epígrafe de D. Fernando Prieto Mestas publicó el número 47 de El Oriente, correspondiente al 20 de Febrero último.
El Eminentísimo Sr. Cardenal Monescillo, Arzobispo de Valencia, la figura más sobresaliente del Episcopado español, y uno de los hombres de más alta valía de la Iglesia Católica, leyó nuestros apuntes y, honrándonos en alto grado, no se desdeña en compartir con El Oriente la gloria de haber celebrado el nombre venerado del Sr. Prieto Mestas. Con motivo de nuestro artículo, hemos recibido del Sr. Monescillo dos cartas alusivas a D. Fernando Prieto, tan sencillas, al par que interesantes, tan nobles y elevadas, que publicándolas, para lo cual estamos autorizados por Su Eminencia, creemos completar la biografía del sabio asturiano.
Inmensa es nuestra satisfacción por haber dado lugar a que el modesto semanario que ve la luz en Llanes se haya honrado con la correcta pluma del esclarecido Príncipe de la Iglesia, modelo de sencillez, de virtud y de sabiduría, y como los lectores de El Oriente han de sentir la misma complacencia que nosotros, dejamos hablar al Sr. Monescillo:
Acabo de leer en la revista intitulada El Oriente de Asturias un artículo escrito en honra y buena memoria de mi esclarecido maestro y amigo íntimo, el S. D. Fernando Prieto Mestas (q.g.g.h.).
Parece desearse que yo diga dos palabras acerca del sabio a quien celebro diariamente ante las personas que saben apreciar el mérito, y a quien nunca cito sin admiración respetuosa. También parece echarse de menos que el venerable señor Prieto no haya tenido un amigo que le dedique el homenaje que siempre tributan los bien nacidos a sus directores.
En esto hay una equivocación: apenas cubierto el cadáver de mi maestro, tuve el piadoso empeño de dar a conocer al venerado sacerdote, que Dios llamó para sí, cuando expiraba entre los brazos de sus más allegados discípulos. Bosquejé una biografía que imprimió La voz de la Religión y luego el Genio del Cristianismo, revistas que se publicaban en Madrid; tomaron después lo que yo llamé biografía, los periódicos alemanes y también otros del extranjero, teniendo yo la complacencia de recordar que las primeras líneas que di a la estampa fueron las que se referían a celebrar el nombre, por mil títulos laudabilísimos, de mi catedrático.
Muy temprana corrió la especie de que los discípulos del Sr. Prieto Mestas se lucían con el trabajo de su maestro. No hay exactitud en esto. El Sr. Prieto no dejó obras escritas, siendo capaz de escribir muchas y sobre varios asuntos. Sus libros estaban plagados de signos, llamadas y algún reparo que solo su autor podía utilizar. Cuanto había en su librería y estantes fue recogido al punto por los albaceas del finado, los Sres. Sánchez Ramos, Arana y Reguero Argüelles, y según el primero me dijo mil veces, todo ello fue a parar a los herederos y parientes de mi inolvidable director de estudios, a quien sustituí y reemplacé por acuerdo de la Universidad, en la cátedra que él desempeñaba.
Conferenciando con mi amigo el Sr. D. José de Posada Herrera acerca del Sr. Prieto, convinimos en que me pondría en ocasión (esto era abiertas las Cortes Constituyentes) para que yo diera a conocer ante el Congreso al personaje que nos había honrado con su trato y amistad. Cosas allí ocurridas motivaron mi retirada de la Asamblea, como al Sr. Cardenal Cuesta, y así quedó el asunto con pesar mío y del señor Posada Herrera.
Quedan todavía algunos discípulos del sr. Prieto: en Toledo, el canónigo Sr. Tirado; en Madrid, el Excmo. Sr. D. Manuel de Jesús Rodríguez y el Sr. Carbonero y Sol, quien consultaba sobre estudios orientales con nuestro D. Fernando.
Siendo varias las generaciones de escolares que formó el insigne asturiano, puedo asegurar, a pesar de los peligros pasados y presentes para la juventud, ninguno de los alumnos que el cimentó y formó han tomado mal camino, y débese observar que entre ellos hubo periodistas, aún sobre asuntos militares, como el Sr. Ruiz Albornoz.
Entiendo que escrita a galope y en borrón mi carta, dará alguna luz sobre ciertas cosas pasadas, y por de pronto revelara que tuvo discípulos agradecidos el sabio y contemplativo sacerdote. Bueno es estimular a que se preste religiosa observancia a los verdaderos amigos de la juventud. ¡Cuánto la amaba Prieto! Créalo V. Sr. D. José, le pagaron, le siguen y repiten con veneración sus enseñanzas, dichos y sentencias.
Debí al Sr. Prieto especialísima confianza, a pesar de su carácter recatado de expansiones. El me dio a conocer las cualidades, prendas y tendencias de los personajes de su tiempo. Sres. Inguanzo, Argüelles (D. Agustín), Conde de Toreno, Mon, Pidal y mil otros, y también biográfica y gráficamente a los Sres. Campomanes, Floridablanca, Jovellanos, Hermosilla, Lista, Reinoso y Martínez de la Rosa, calificando la obrita de éste, llamada El Espíritu del Siglo -sic- el espíritu del Sr. Martínez de la Rosa, noticias que tanto, tanto me han servido para mis estudios y conducta.
De usted muy atento, etc.
El Cardenal Monescillo y Viso,
Arzobispo de Valencia.
Después de lo transcrito, como cuanto pudiéramos decir ha de aparecer incoloro, sí nos permitirá Su Eminencia antes de terminar, manifestarle el profundo agradecimiento que sentimos y hasta el legítimo orgullo de que estamos poseídos porque un ilustre asturiano haya mostrado a Su Eminencia la estrecha senda de la virtud y de la sabiduría, en cuyo recorrido, y con astro tan luminoso por guía, ha llegado a conquistarse un puesto preeminente entre los Príncipes de la Iglesia Católica.
Necrológica publicada en "La Voz de la Religión", Época tercera, Tomo I-II, 1839, Madrid.
Don Fernando Prieto Mestas, Presbítero, nació el dia 10 de octubre de 1793 en Berodia, lugar del principado de Astúrias, diócesis de Oviedo. Empezó sus estudios á los 18 años de edad, manifestando desde luego un talento nada comun y un juicio maduro. Se dedicó á la filosofia en el Colegio de Benedictinos de san Salvador de Celorio, y sobresalió entre todos sus condiscípulos. Incorporó los cursos en la Real Universidad de Oviedo, en la que estudió ademas otro de aritmética, álgebra y geometría con singular aprovechamiento. Recibió el grado de Bachiller en filosofia, mereciendo la calificacion de sobresaliente. Sus buenas inclinaciones y la rectitud que le distinguian, no bastaron para que por sí solo se decidiese á elegir la carrera eclesiástica, aunque la mas conforme á sus sentimientos, sino que despues de consultada su vocacion con personas sábias y timoratas, se resolvió á abrazarla, y emprendió los estudios teológicos con particular empeño. En el curso de Locis theologicis sostuvo con todo lucimiento el acto mayor pro cathedra, y en los ejercicios escolásticos contribuyó con sus profundas reflexiones á elucidar las materias que se trataban. Substituyó por espacio de cinco años las cátedras de filosofia, supliendo las faltas de los propietarios. Obtuvo el grado de Bachiller en sagrada teología, y desempeñó en las Academias los oficios de mas consideracion, como el de Fiscal, Tesorero y Vice-moderante, regentando ademas interinamente la cátedra de instituciones teológicas. Apenas concluyó su carrera, recibió el grado de Licenciado, mereciendo en todos los ejercicios la calificacion suprema. Estudió despues instituciones canónicas, retórica y bellas-letras con estraordinario provecho. Eclesiástico tan celoso no podia menos de ocuparse en todo lo relativo á las ciencias eclesiásticas, y se dedicó con esmero al estudio de las lenguas griega y hebrea en el Colegio de Benedictinos de Oviedo. Desplegó inmediatamente su celo por la causa de nuestra santa Religion en una obrita que forma parte del tomo 18 en la Biblioteca de Religion, cuyo título es: Bosquejo del Jansenismo, escrita en Asturias al tiempo mismo de concluir su carrera. La modestia y humildad del autor ocultaron el nombre, poniendo en su lugar la sola circunstancia de darla á luz un Prebendado de la santa Iglesia de Toledo. Esta obra, primicias de sus desvelos y trabajos, es muy apreciada de los sábios por la solidez de las pruebas que presenta, el recto uso de su profunda lógica, y la destreza con que descubre las maquinaciones diabólicas de esta secta tortuosa. El señor Cardenal Ingüanzo, justo apreciador de los talentos y virtudes, le llamó hácia sí, y le honró con los destinos de Maestro de pages y Limosnero mayor, agraciándole despues con una Prebenda de racion en aquella Iglesia. Las comisiones y encargos que evacuó de orden del dicho señor Cardenal, fueron espinosos y de la mayor importancia, relativos por lo general á negocios de consultas, revision y censura de las obras nacionales y estrangeras que pedian exámen. Su juicio calificativo era el mas acertado en todas materias, con especialidad en las que podian, rozarse con la doctrina católica, como lo acreditan las siguientes palabras, tomadas de un documento del Sr. Ingüanzo, que ha llegado á nuestras manos. Dice del señor Prieto: "Estoy particularmente satisfecho de sus méritos, conducta y porte ejemplar, por haberle esperimentado muy de cerca en varias comisiones y encargos de la mayor confianza que le he conferido y ha desempeñado con el mayor celo y delicadeza, asi dentro de mi casa y familia, á la que pertenece, como en toda la diócesis, siendo un sugeto de sobresaliente instruccion, luces y conocimientos poco comunes, no solamente en la facultad de sagrada teología, sino tambien en otros diversos ramos y ciencias en que igualmente lo he esperimentado por otras comisiones, no menos que la pureza de su doctrina y sanos principios en que abunda &c". Testimonio de tanto mas valor, cuanto se sabe lo escaso que era en elogios el Cardenal Ingüanzo.
En el tiempo que residió en Madrid el señor Prieto, estudió la lengua arábiga con el sábio P. Artigas, inhumanamente asesinado el 18 de julio, cuya pérdida lloramos por sus profundos conocimientos en este ramo de literatura. Los sentimientos del señor Prieto eran los mas nobles, su porte el mas cabal, su conducta ejemplarísima, y sus virtudes (conocidas de todos) pudieran servir de modelo á los eclesiásticos. En los varíos lances de su vida supo enseñar humildad sin ostentacion, y perdonó generosamente las injurias que se le hicieron. Pero cuando era de esperar que este docto Eclesiástico nos hubiera despertado del espantoso estupor á que nos han conducido las pestíferas doctrinas que por desgracia inundan en el dia la España católica, recibió un ataque fatal en su salud, que ha podido considerarse como una muerte de catorce años. Sin embargo de este quebranto, optó por oposicion á las cátedras de teología de la Universidad de Toledo, las que desempeñó con aplauso de sus compañeros Catedráticos, y conocido provecho de la juventud estudiosa. Esplicó ademas dos años de oratoria sagrada y profana, habiéndonos dejado preciosas oraciones que compuso y leyó en latín al tiempo de la apertura de los estudios; y por acuerdo de la Universidad enseñó tambien dos años de griego. Por los años de 1828 hizo oposicion á la Penitenciaria de Oviedo, y aprobados sus ejercicios nemine discrepante, compitió con el elegido por diez votos contra trece. Hombre tan erudito no podia menos de llamar la atencion de los sábios y honrados literatos. Amigo íntimo de todos los que habian tenido ocasion de tratarle, se estendió su fama por todas partes, y por los años de 1830 fue comisionado por Real decreto para hacer (en union con un compañero Prebendado) el cotejo del célebre manuscrito de la Historia natural de Plinio, propio de la santa primada Iglesia de Toledo, con un ejemplar de la misma, á fin de notar las variantes que resultasen de la confrontacion solicitada por S. M. el Rey de Sajonia, con el objeto de mejorar la edicion que de dicha Historia trataba de hacer una sociedad de literatos alemanes: y habiendo los dos comisionados evacuado su encargo al cabo de año y medio de penosas tareas, tuvieron la satisfaccion de que su trabajo (cuyo fruto fue grueso volumen de varias lecciones) mereciese el Real aprecio y aprobacion; y noticiosa de ello la Real Academia de la Historia, le espidió al señor Prieto el título de Académico de la misma, de que ya era individuo su muy digno compañero. Luego que el Catedrático de humanidades de la ciudad de Dresde (el Dr. Julio Sillig) hubo reconocido dicho volumen de variantes, les dió las gracias por su esmero en una carta muy satisfactoria, ofreciendo hacer de ellos honorífica mencion en la nueva edicion de Plinio, que estaba preparando, confesando que sus mejoras se deberán principalmente á las variantes del Codice toledano; y que los mencíonados trabajos servirán para leerlo bien en lo sucesivo. La misma carta manifiesta el aprecio que hicieron los literatos alemanes de un trabajo tan ageno de la profesion de ambos colaboradores, que acreditaron asi en el prológo como en las notas los mas vastos y esquisitos conocimientos. Las empresas del señor Prieto tan grandes como su ingenio, han quedado por concluir por su muerte prematura. Ha dejado materiales para escribir obras en folio de la mayor utilidad. Sus manuscritos en borron y apuntes en diversas lenguas vivas y muertas pasan de ciento veinte, sobre Religion, historia, lenguas, bellas-letras y todo género de literatura; trabajos que pueden considerarse como preparativos de dos grandes obras que han quedado empezadas. La una parece Gramática general, y la otra un Diccionario, cuyo plan no es facil descubrir. Fue Rector cuatro veces reelegido del ilustre Colegio de santa Catalina virgen y mártir, Universidad de Toledo, en donde por espacio de ocho años dirigió con el mejor celo los ejercicios literarios del establecimiento, procurando antes de todo cimentar en el corazon de los jóvenes las máximas de la piedad cristiana. En este tiempo tuvo y evacuó con acierto muchas consultas de hombres sábios y timoratos, sin que jamás rehusase el trabajo ni manifestase desagrado, á pesar de sus continuas dolencias. Y últimamente, fue comisionado por el Director de la Academia para examinar unos pergaminos arábigos de la mas remota antigüedad. Su caracter benéfico lo acreditan las cuantiosas limosnas, que hizo ascender algun año á siete mil reales, y todos lo fueron de cinco á seis mil, cosa que admirará cualquiera que sepa cuales son los productos de una prebenda de racion; pudiendo decirse de este caritativo Eclesiástico lo que del famoso Martin Azpilcueta, que habiendo estado en Roma á los 80 años de su edad á defender á su amigo D. Fr. Bartolomé de Carranza, se paraba la mula al ver algun pobre; y es digno de notarse que el señor Prieto rara vez dió limosna cuando iba acompañado, acordándose sin duda de aquello del Evangelio: Te faciente eleemosynam, nesciat sinistra tua &c.
Su vida privada era la de un anacoreta, y siempre la hizo en casas de comunidad. Desde la del señor Ingüanzo se retiró al convento de la Santísima Trinidad, y de este al Colegio de santa Catalina, en donde murió el dia 19 de abril, á las cinco y trece minutos de la mañana. En la última enfermedad dió pruebas de su fe viva, de su firme esperanza y de su ardiente caridad. Los salmos del Rey Profeta David eran su consuelo y la edificacion de los jóvenes colegiales y amigos asistentes. Toda su vida la ocupó en saber morir, familiarizándose de tal modo con esta idea, que pedia al Señor por instantes la disolucion de la vida mortal, recordando aquella terrible sentencia, que el hombre ha de morir, y haciendo profundas reflexiones para provecho propio y ejemplo de los jóvenes sobre el Post hoc autem judicium. Las últimas palabras que se le percibieron proferidas con acierto y sano juicio fueron las del salmo 4: Quoniam tu, Domine, singulariter in spe, constituisti me, bien convencido de que el varon justo y amigo de Dios no tiene otra habitacion segura que la esperanza divina, afianzada en las infalibles promesas eternas. El aprecio que se hacia en Toledo de este hombre, á pesar del estudio que habia hecho en ocultarse, lo han manifestado los funerales que se le hicieron, y á los que concurrió toda clase de personas; mas que todo lo acreditó el numeroso y decente duelo que acompañó al cadaver hasta el lugar de su sepultura. Sus hijos los colegiales lloran la horfandad en que han quedado; el pueblo toledano admiró las honras que á sus espensas hicieron en buena memoria del benemérito Rector; sus amigos y discípulos solo encuentran consuelo en la conformidad con las disposiciones divinas, y sus compañeros los Catedráticos contemplan esta temprana muerte como una calamidad para las letras en las circunstancias presentes. La distribucion que ha dado á su selecta libreria, indica sábias miras. A la Universidad de Toledo lega todas las obras de lenguas orientales, griega, hebrea, y arábiga, cuya inteligencia acreditan varias notas que llevan de su mano; al Colegio de que ha sido Rector, las de S. Isidoro, y las restantes á sus parientes, con orden espresa de que no se venda un libro. El Claustro de Toledo ha deliberado que en el acta del dia en que se dió parte del fallecimiento de tan digno Catedrático, se haga de él honrosa mencion, é inscriba su nombre en la Biblioteca al lado del de su fundador el Sr. Dr. Tejada. El señor Prieto era bastante conocido, á pesar del retiro y soledad en que siempre vivió, para que tema haberme escedido en la biografia que me he propuesto trazar; baste decir, que no habia ramo de literatura que no hubiese cultivado con esmero, y que las ciencias sagradas y profanas eran el jardín en que se recreaba aquel entendimiento, dedicado esclusivamente á Dios y á la enseñanza de la juventud estudiosa.
Gracias a "Noticias de antigüedades de las actas de sesiones de la Real Academia de la Historia (1792-1833)", de Jorge Maier Allende, sabemos:
Que en la sesión del 10 de abril de 1830 se dio cuenta de una Real Orden, comunicada por Manuel González Salmón, en la que se dice que queriendo complacer S. M. al Rey de Sajonia y contribuir a la perfección de una nueva edición de la Historia Natural de Plinio que se prepara en Alemania, quiere que se coteje la que se hizo en León de Francia el año de 1547 con un códice de la misma obra que existe en la Biblioteca de la Catedral de Toledo del siglo XIII y ordena que se designe a uno o más sujetos dotados de instrucción competente para desempeñar dicho cotejo; se acuerda que se proponga a Tomás Ruiz, racionero de la Catedral y Ramón Loaisa, Bibliotecario Arzobispal y Fernando Prieto y Paulino Moreno, Catedráticos de la Universidad, para que S. M. pueda elegir entre ellos.
Que en la sesión del 15 de noviembre de 1833 se lee un papel en que se da noticia del cotejo, que de orden del Rey a consulta de la Academia hicieron en los años 1830 y 1831 los Doctores Tomás Ruiz y Fernando Prieto, racioneros de la Catedral de Toledo, de la edición de la Historia Natural de Plinio impresa en León de Francia en 1587 con un códice manuscrito del siglo XIII de la Catedral de Toledo. Este cotejo, que a nombre del Rey de Sajonia había solicitado su Ministro en esta Corte para una edición emprendida por una sociedad de físicos y naturalistas alemanes, produjo un inmenso número de variantes, con muchas observaciones y notas que, presentadas a S. M. en diciembre de 1831, y remitidas a Sajonia, dieron ocasión a la carta latina que los mencionados racioneros recibieron de Julio Sillig, Profesor de la Universidad de Dresde, y Director de la edición, el cual con fecha de 19 de junio de 1832, les dice, que a su trabajo y diligencia se deberá muy señaladamente la inteligencia más fácil y cabal de la Historia Natural de Plinio, y que los doctos que disfruten la nueva edición no podrán menos de rendirles el tributo de su agradecimiento.
Igualmente se desprende que Fernando Prieto Mestas no fue miembro de la Real Academia de la Historia sino correspondiente de ella.
Por las "Memorias de la Real Academia de la Historia", tomo VIII, editadas en 1852, sabemos:
Que la Academia examinó un trabajo de los Sres. D. Tomás Ruiz y D. Fernando Prieto, prebendados de Toledo, del cotejo que practicaron en la Biblioteca de aquella Santa Iglesia de la edición de la Historia natural de Plinio, hecha en Leon de Francia el año 1587, con un códice MS. del siglo XIII existente en la misma Biblioteca, en que daban cuenta del resultado de las variantes con excelentes observaciones; trabajo que se desempeño por Real orden a solicitud del Rey de Sajonia.